Violeta Luna parece ser un verso. Es el nombre de una mujer, pero más bien parece un verso escrito por la mujer que lleva este nombre.
Una mujer nombrada así tiene que estar condenada a la escritura. Este libro, en el que se encuentra la mayor parte de su obra poética, lo confirma.
Esta mujer con el nombre de un verso es una de las voces más firmes, grandes y verdaderas de la lírica del Ecuador.
Pero Violeta no dice ser una violeta, sino, más bien:
Un ciego laberinto de ternuras,
un lánguido gorrión que se acobarda
del sol y la mostaza.
/.../
Soy solo el verbo ser ya conjugado
en todos los pasados.
Un halo de humildad franciscana rodea a esta voz vibrante, extraída de las más secretas fibras de un intelecto moderno y trashumante. El dominio del lenguaje, en esta mujer, se deja ver, precisamente, en la simplicidad. Aquella simplicidad que Borges gritaba desde su Arte poética, en la que, como un eco templado de Heráclito, solo quiere mirar el río, y quiere ver todas las aguas que cambian. Nada más. Con ello ya se ha hecho el milagro de la poesía. Esto es la complejidad de lo simple. Y para llegar a ello uno debe exigirse paciencia y humildad.
Pero además, la poesía no ha perdonado nunca la osadía de la vanidad. Violeta tiene el rasgo verdadero de la honestidad en su palabra, además de la sugestividad para trabajar una lírica hermosa y duradera. Y el tiempo la ha afirmado en el puesto en el que comenzó y permaneció. Allí, donde las palabras son las guardianas del Parnaso.
Nacida en Guayaquil en 1943, su niñez y adolescencia vivió en los fríos parajes del mágico San Gabriel en la provincia del Carchi. Fue y es parte de una vibrante generación de poetas nacionales que hicieron el nuevo discurso, que fabricaron la nueva voz: Ileana Espinel, Euler Granda, Ana María Iza, Carlos Eduardo Jaramillo, Manuel Zabala Ruiz, Fernando Cazón Vera, Rodrigo Pesantez Rodas, Carlos Manuel Arízaga, Ulises Estrella, Raúl Arias, son, entre otros nombres, los poetas indispensables de los años 60. Ellos eran el frente del verso en esta Patria de poetas medulares.
Violeta llegó con el verso diferente, como llegaron todos los nombrados, para romper el canon, para quitar las espinas del campo, y salir a caminar por las praderas de un discurso renovador. Y así se dio.
Muy joven, de 21 años, Violeta publicó un libro con otros autores, en el que se daba a conocer. Con esos poemas ganó un premio universitario. Luego, nuestra Luna Violeta, publica, a año seguido, en 1965, un segundo libro, y el primero individual, con un sugestivo y poético nombre: El ventanal del agua, volumen que, la autora, ha decidido no incluirlo en esta muestra.
Con el sol me cubro es el título que abre este volumen de Poesía junta y fue publicado, por primera vez, en 1967. Es la puerta que confirma su caminar. De este libro, la autora ha seleccionado cinco poemas. El primero de ellos es ya un cachetazo hacia la libertad renovadora. Aquella de las que alguna vez hicieron uso las Juanas de México y de Uruguay, así como la Storni, que, aún ahora, desde el mar, se la sigue escuchando llamar a las nodrizas que pueblan sus versos.
Nuestra Violeta ecuatoriana se abre en sus pétalos crujientes de buena savia:
Adentro de esta piel soy un navío,
navío solitario
en donde quiso el mar amontonarse.
Tenía 23 años cuando esta mujer sensible se comparó con el mar. A partir de allí, la voz poética de estos sonoros y cadenciosos versos, se comparará con casi todo: con toda la materia, con toda la energía, con todas las fuerzas, con todos los elementos que conforman al mundo y nos conforman: Quisiera de repente/ fingir que soy cordero,/ que soy pescado tierno o dulce pájaro,/ que soy una laguna,/ un canto atravesado por la brisa. Pero ello no implica ni vanidad ni capricho ni simple metáfora en su autora. Es la clave que perdura en el camino de esta poeta hasta sus últimos trabajos. Es la columna vertebral de su discurso. La voz poética quiso ser todo y de todo, y además tocar el universo y tocarlo en las palabras, como la eterna lira horaciana que se sigue escuchando, cada cuando en cuando, en algunos poetas verdaderos de voz elástica que siguen alimentándose de los cantos de gorrión de las mañanas.
Algo que también es digno de admiración en esta poesía, es la forma de enfrentar las palabras. Violeta Luna (como muy pocos poetas) abastece a su poesía, sin regañadientes, con la pureza de nuestro idioma. No ha recurrido en ningún momento de su sendero poético a neologismos noveleros o a onomatopeyas imprecisas. Es una poesía impecablemente castellana. No ha dislocado al lenguaje ni ha trastrocado su original postura.
LAS MUTACIONES DE UNA VOZ POÉTICA
La poesía de Violeta Luna se transforma en otras cosas. Su estilo personalísimo ha tocado el punto de la metáfora hasta volverlo uso común. Estamos frente a una poética de las cosas, de las formas y de los sentidos. En esta poesía la voz poética deja de ser y pasa a ser otra forma, otros hechos, otras figuras: Y para ser feliz no basta mucho,/ sería necesario para serlo/ haber nacido perro, gato o potra,/ poder andar en cuatro y comer hierba...
Ser otro u otra, como escribió el monstruo de Rimbaud cuando se dio cuenta que su yo, no era el yo preciso. Él era otra forma de vida, en sí mismo. Así, la poesía de Violeta Luna se vuelve una encrucijada. Un crucigrama entre el cuerpo y el alma:
Fui luz siendo tiniebla,
campana siendo golpe,
durazno siendo espina.
/.../
Un día sin ser yo fui todo aquello.
Ahora soy yo misma y en tu vida
no puedo ser ni el agua ni el pescado.
LA MELOPEA DE LA LUNA VIOLETA
Otra clave que se deja ver y sobretodo oír en esta poesía, es la musicalización y el ritmo. No es una rima consonántica ni cerrada en forzadas intenciones léxicas; resulta más bien, el personal canto de una voz que sabe que la música se aposentó hace siglos en la piel tersa de la poesía: “Empiezo a ver tus llagas/ tus llagas de madera abierta a golpes”. La utilización de sugerentes figuras de repetición, como el retruécano, que juega con la música y la significación: “Que cante por el fin de tanta guerra,/ que llore por la guerra de los fines”. Anáforas, conversiones, conduplicaciones y otras figuras lógicas de repetición, se dejan notar a lo largo de su obra poética, como una constante de ritmo. Del inolvidable ritmo de esta poeta, que es mucho significado y el doble de música que se contiene en un canto diáfano y melifluo, que forma la melopea de esta inolvidable poeta musical.
HABLAR SOBRE EL DURO OFICIO QUE CONDENA
La poesía pura es riesgo y es alerta
El humilde oficio del poema. El solitario mundo del poeta y ese desagradecido mundo que el poeta tiene a su alrededor, es otra preocupación de nuestra Violeta. Este oficio de la escritura se vuelve oficio inútil, pero intenso, con el que se debe luchar contra las fauces monstruosas de lo light y lo manido, con el toro cachudo del lugar común, con el aire que es sabido y consabido, con la vida que nos lanza hacia lo cotidiano y sórdidamente real.
Ella sabe que el oficio del poeta es un paso de Quijote sin su Sancho.
En el poema Un disparate noble, se deja ver su preocupación: La poesía, amigos,/ es un trabajo duro,/ más duro que sembrar albaricoques,/ más duro que clavar una bisagra,/ más duro que hacer suelas,/ más duro que hacer panes./ Por eso si escribo garabatos/ y en esos garabatos hay verdades,/ no crean que deliro/ ni que bebí ginebra./ La poesía, amigos,/ es la mejor tarea...
Pienso que su Arte poética está reflejada en esta estrofa tan connotativa como inusual, que dice:
Si me dieran a escoger
entre un árbol de guayabas
y una palabra dulce,
tal vez me quedaría
con las guayabas verdes.
Solo nuestro interior real es lo original, lo demás es una vil copia, una repetición suprema. Así parece decirnos la poeta, y nos lo dice desde ese camino tan doloroso que tiene ella, de rasgar su más interna vestidura hasta hallar las llagas y las cicatrices de su oculto discurso en donde vive la poesía legitima: cuando encuentro el lápiz/ en vez de las ideas brotan cuervos,/ retomo el pensamiento/ y en vez de las palabras salen grillos. Esa es la verdad, nuestra verdad individual, aquella que se aleja del conocimiento universal y que alberga, en potencia, a la poesía única e indefinible, así el poeta se siente desnudo y tiritando:
Hay que parir verdades,verdades transparentes,
verdades como espejos,
verdades como el agua.
Y cuando consigamos
que todas las palabras encandilen
y pueda hablar la sangre en cada sílaba
entonces creeré que hay poesía.
UN BUCOLISMO RENOVADO Y RENOVADOR
En el poemario Con el sol me cubro, Violeta Luna quiere reafirmar su condición de no ciudadana, de mujer indocumentada sumergida en el ambiente andino en donde su voz persigue las figuras del páramo y la campiña, siempre florecida y recta en sus imágenes. Lo dice literalmente Conozco más que nadie este paisaje. Y se nota que no es amenaza su sentencia, porque la poeta se reafirma en su condición de buscadora del tesoro de la tierra, del campo, cuando se reafirma en su condición diciendo que Yo solo puedo hablar de mi paisaje/ de mi esperanza tonta.
El antiurbanismo, en esta poesía, se intensifica en Memoria del Humo, tal vez, su más ambicioso y el más bello y memorable trabajo de su empresa poética. En él se identifica claramente este eje transversal de su palabra. Una voz madura que se come el paisaje en dentelladas de luz y de misterio y que juega con el lector a encontrar espacios en ese halo de vida que es el recuerdo de las atmósferas primeras, en donde fue niña, y fue terriblemente feliz. Felicidad que ya no vuelve a ver más que en las hojas, en las flores, en la fragancia y en los aromas de aquellos tiempos que han quedado en el almanaque de la niñez dibujada en un paisaje enorme, infinito, al que se regresa solamente cuando el frío del amor demanda con sus garras.
El trigo me recibe como hermano,
la hierba como hermana,
y el polvo de la tarde con más polvo.
LA AÑORANZA QUE SE LLAMA NIÑEZ
Los pueblos de la infancia son eternos
Esta poesía busca y se refugia en el pasado, en donde ya no se mueve nada más que los recuerdos que salen a invadir el corazón de la poeta como un rocío matutino que embellece el paisaje del páramo. La voz poética que habita estos versos quiere encontrar en el pasado las respuestas totales de la vida presente y del incierto y no esclarecido futuro, en donde no hay una niña que juega en la campiña (Llegar a la niñez de chocolate,/ al tronco donde escriben las abejas); una niña que mira en las cosas el hogar feliz, donde era más suave vivir ( Ayer todo era bueno./ La vida era barata como el agua./ No había atentados a la luna/ ni ruines negociados con la tierra./ Ayer era distinto…”); donde no había más requisito para entrar al mundo y ser feliz (Rebusco el sol de entonces,/ mi mundo de cartón, de cera y agua/ en donde Superman me confortaba/ y un cuervo me llevaba hacia Mandrake…).
El poema El tiempo pasado, es un texto donde se puede notar, explícitamente, toda esa carga reafirmante de creer más en el mundo que se quedó en nuestra infancia, en nuestro mundo escolar, en nuestros aromas y texturas más puras, en nuestro corazón adolescente que aún huele a uva y pomarrosa:
Las flores se deshojan y renacen,
los días levan anclas y regresan,
pero ya nunca más
la hora del ardor adolescente.
Hay en estos versos salteados de páramo y monte una constante: el amor hacia el pasado, a todo lo que ayer fue y ya no será, porque los momentos se han movido como en un tablero de ajedrez, y solo nos enseñan los distintos jaque mates que el tiempo se ha encargado de hacer a los habitantes de un mundo telúrico y turbulento. Es evidente entonces que esta poesía se halle repleta de signos, imágenes y metáforas costumbristas. La patria para Violeta es su cuaderno limpio de la vida, y su infancia es la Patria. Su país es un leiv motiv que se deja ver de cuando en cuando en varías estrofas y versos de su transparente palabra:
Si antaño fue camino de los Shyris,
país de la vainilla y la canela,
ahora mi patria es solamente
una huella del sol junto al océano.
DOS GRANDES MOMENTOS DE AMOR EN SU CAMINO
Ese árbol fue el amor
y su raíz torcida me hizo trizas
El amor le duele a Violeta. Su mejor poesía está amparada en el amor doloroso, en ese dulce y diáfano amor que se vuelve punzada tenaz en el cuerpo y en el alma; así, como los versos dolientes de Alexandre o las delicias tormentosas de la Pizarnik. En Violeta se aposenta ese fulgor descollante de la soledad bárbara de Olga Orozco y la reflexión sobre el amor paciente que no llega, que no se deja ver desde una ventana por donde Emily Dickenson miró pasar por las veredas el dolor de sentirse mujer y no sentirse amada; y no ser el mundo, aunque el mundo se le caiga encima.
Violeta y el amor tienen una guerra constante. Y el amor es una constante guerra en esta poesía en donde uno vibra, mientras la voz poética se diluye en taleguitas de amor: Ahora es el amor un punto negro/ debajo de un renglón escrito en blanco.
Su mejor poesía, la más intensa e impecable, está escrita bajo este continente subyugante del amor que duele, de la cicatriz que sangra:
Las uvas son más uvas en la rama,
el pan es más seguro en la mazorca,
los ojos miran más en cada sombra
y el amor es más amor en lo imposible.
Sus poemas líricos dan fe de un vuelo poético de impresionante calidad. La voz individual femenina (porque su voz es más femenina que cualquier feminista trasnochada) nos entrega en tristes escenas cinéticas que acompañan a la voz, piezas líricas que son de las mejores sinestesias gustativas y olfativas escritas por alguien de la generación de su autora: Verás que amar es fácil,/ es algo semejante/ a masticar sandías en la tarde.
En esta poesía de amor hay, inclusive, parajes de sutilísimo erotismo, como en el bello poema Raya de luz de su libro Memoria del humo.
Con la palabra amor
se llega al paraíso
y por la misma puerta
se puede conocer el desencanto
La otra cara de esta moneda de amor se halla en el poema Los tiempos jubilosos de su poemario Las puertas de la hierba con una serie de poemas del amor gozoso. En nuevo territorio (Seattle) y con un nuevo formato, la poeta se lanza a pescar nuevas impresiones.
Curiosamente nacen, en esta etapa, poemas alegres y vitales: Y estoy alegre/ porque al final vencimos al invierno. Ha encontrado un rumbo distinto para afrontarlo en su discurso. Hoy vienes a mi alma/ para vivir allí/ como en tu propia casa dice esta voz distinta que se ha contentado y que ya no busca tanto las imágenes brillantes, sino, más bien, un límpido discurso de amor: Y aunque la piel se gaste/ yo quiero retenerte. Las escenas de amor de este poema brillan por directas: Qué pasa con nosotros/ que no podemos irnos de nosotros, llegando, inclusive, a la diáfana intención erótica en donde el paisaje y el lenguaje se desnudan en una poesía pura:
Con esta luna nuestra
se vuelve cada noche una cascada.
Con ella se iluminan mis renglones,
mis rosas de madera,
mis pájaros de nylon.
Llega inclusive a entregarnos escenas sugerentes de un amor total, concebido con la altura del lenguaje y no con fotografías detestables de erotismo barato:
Si como ayer de nuevo
me amaras al asalto
como esos locos ángeles prohibidos,
me condenara viva al fuego tuyo.
Sin embargo, el amor de Los tiempos jubilosos se consuma en el desarraigo. En el poema se deja notar que ese amor crece en otro espacio (Seattle), en donde ya no está el sabor de la patria amada, de la patria conocida, de la patria sentida desde niña: Son millas de paisajes,/ de cielos y arcoiris/ lo que separa mi alma de mi suelo...; Yo busco en estas calles/ las huellas escondidas de mi gente,/ esa perfecta línea de mi tierra...
VIOLETA Y LAS IMÁGENES SORPRENDENTES
Tal vez, la clave principal de su poesía esté en sus imágenes. Pocas veces, en una obra poética escrita en nuestro país, he hallado verdaderas joyas de imágenes sorprendentes. Su poesía está poblada de luminosas frases poéticas, en donde las cosas dejan de ser las cosas y pasan a materializarse en la lengua hasta grados de absoluta sublimidad estética.
No puedo dejar de mostrar una suerte de antología de dichas joyas que, en sí mismas, son poemas completos, universos sinestésicos. Imágenes de absoluto surrealismo con insectos que nos traen al recuerdo a aquel Carrera Andrade que miraba al mundo desde la ventana natural y se reafirmaba en el planeta jugando a los dados con nuevas imágenes y haciendo con la naturaleza lo imposible, lo perfecto.
Tal vez
debajo del somié que compartimos
se harían el amor las telarañas
***
Que canten en la tarde las hormigas
o exploten los tejados
***
Y siguen las arañas
tejiéndole pantuflas al silencio
Estas otras, en las que las flores, las frutas y los seres naturales juegan un papel transportador del discurso como lámparas de antigua mansión señorial:
Mirar en las ortigas
la blanca menstruación de la mañana
***
... tiemblo cuando el viento
ansioso hace el amor con las campanas.
***
pasaban los caballos
con las monturas húmedas de cielo.
***
y el capulí más alto
bebía el vino blanco de la luna
Y las imágenes en donde la voz poética se hace y se deshace, vibra en figuras abstractas que dejan ver las sensaciones de las cosas, esos no-seres, esas figuras internas que van demostrando los ánimos, las emociones, las pasiones:
***
Y creo que mi piel y nuestra piel
por todo lo gozado
no tiene otro final que el de la brasa.
***
Mi pelo parecía
un caballo de miel en la mañana
***
Es como si en la noche
la huella de los cuerpos estuviera
pegada a las paredes,
/.../
... toda esa humedad
que sale desde el tigre del olvido
EL SONIDO DEL MUNDO Y SU PREOCUPACIÓN SOCIAL
En su poesía se deja ver, también, una preocupación hacia la problemática del mundo. Sus textos son toda una suma de palabras humildes que rozan el pesimismo hasta convertirse en un canto enorme de tristeza. La tristeza y el desasosiego que traducen el mundo como un animal mítico que arremete. Y así, también, arremete ella contra el amor, contra los seres injustos, contra los corazones rotos, contra la sustancia de la vida. Y Violeta parece dejarse caer en un poema, como en un sofá en donde se hacen potaje los sueños tristes. La tristeza, como a Vallejo, la vuelve fuerte a ella y a su poesía inmortal:
No hay puerta para mí en ninguna parte,
son todas tan absurdas,
tan húmedas de lluvias estancadas,
tan llenas de hendiduras,
de rayas y de nombres oxidados,
de lodo y cicatrices.
LA POESÍA DE LA SENTENCIA
La poeta medita, sentencia y sella el círculo. Su discurso señala y enseña. Como que Violeta Luna busca en los dos lados de las verdades y luego, haciendo una síntesis de lo dicho, se reafirma en versos sentenciosos que resultan ser los pilares de su poética.
Hay algo que lo aplasta y lo remuerde,
hay algo que lo exprime hasta que sangra.
Al hombre es el amor quien lo destruye.
***
A veces una idea
se queda en cabeza y nos destruye
LA PARADOJA DE SU UNIVERSO AL REVÉS
La afición de Violeta por la utilización de la paradoja es notable. Nostálgicas y desenfadadas se presentan sendas contradicciones entre sus versos. Estas paradojas están condenadas a ser sentidas como palabra dura, pues se trata de irónicas reflexiones que en muchos casos llegan a convertirse en una suerte de humor negro, de chanza irónica que revitaliza al texto poético y despierta interés del lector, a través de un golpe eficaz que remueve la conciencia, como si se tratara de un terremoto en medio de una tranquila campiña:
***
Y han de quedar los cerdos
durmiendo en pergaminos y laureles
***
Qué pena haber estado
buscando un tiburón donde no hay agua
SU ENVIDIABLE CARRERA EN UN RESUMEN
La carrera poética de Violeta Luna es una de las más parejas y consistentes de la literatura. No ha habido un profundo desmayo ni un decaimiento en sus labores poéticas. Posiblemente el aire (1970), Ayer me llamaba primavera (1973) y La sortija de la lluvia son cuadernos repletos de poemas de amor doliente, decorados con ese bucolismo de pastor posmoderno. A lo largo de estos poemarios el ritmo interno de la poeta se va condensando hasta que se fija en un verdadero canto. Corazón acróbata (1984), un poemario triste pero firme dentro de la vanguardia generacional, y cuidado como joya de orfebre sesudo. Memoria del humo (1987) es, sin duda, su libro capital, donde el amor, la niñez y los recuerdos se encuentran. Todos los temas de Violeta se fusionan en este pequeño libro que, estoy seguro, pasará a ser un clásico de la poesía del Ecuador.
Las puertas de la hierba ((1994), el poemario ganador del Premio municipal “Jorge Carrera Andrade”, contiene poemas que se deberían a la Memoria del humo, además de un grupo de textos en donde la poeta describe varios lugares que ama y que recuerda a través de metáforas encendidas, como las que siempre nos ha tenido acostumbrados. En este poemario se halla el poema Los días jubilosos del cual ya se ha hablado.
SUS ÚLTIMAS PRODUCCIONES: EL CAMBIO DE FORMA Y EL REGRESO
Su último libro publicado individualmente Una sola vez la vida contiene una poesía directa, limpia de imágenes. Tanto la forma como el ritmo han cambiado en este nuevo hito de su carrera poética. La extensión de sus poemas se ha acortado (como ya notamos en su poema Los tiempos jubilosos). Ahora el poema es una composición dual de dos micro textos: el uno es una suerte de epígrafe que sirve de indicador, el otro, vendría a ser el discurso propiamente dicho. Los epígrafes escritos por la misma poeta son códigos que se transparentan cuando uno lee la segunda parte de cada uno de los segmentos que conforman el poema completo. Se trata de un discurso renovado en la forma y que aporta a la literatura ecuatoriana desde nuevos balcones.
Sin embargo, en su último cuaderno La oculta candela, el texto inédito de este libro, la volvemos a hallar, como en el principio: triste, cadenciosa, rítmica, formal y llena de imágenes. En este libro no encuentro un hilo conductor, sino un título que aglutina su última poesía en la que brilla el silencio de una voz tendida al sol que nos ha entregado uno de los más serios discursos poéticos de su generación.
***
Si me dieran a escoger entre unas guayabas verdes o amarillas, fragantes y vistosas y el universo entero, yo me quedo con Violeta Luna, con la brasa y el brillo de su poesía bucólica, triste y bella, yo me quedo con la fragancia delicada de su palabra que es, sin dudarlo, una las más bellas voces líricas de nuestro país.
Ni más ni menos.
* Texto introductorio del libro "Poesía junta" No. 7 de Violeta Luna, Quito, 2007.
sábado, abril 14, 2007
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2 comentarios:
Por mi ventana veo la Luna violeta de Violeta Luna. Puedo sentir la Luna violeta que miraba Violeta Luna. Aunque no soy Violeta,comparto su Violeta Luna...
Perdida por la web buscando orientacion vocacional, y a su vez tratando de encontrar orientacion en mi vida, se me ocurre poner LUNA, Violeta en google. Pero no porque si, Violeta Luna es mi nombre. Es ahi cuando me encuentro con este blog que dice: Una mujer nombrada así tiene que estar condenada a la escritura.
y la verdad... la escritura no es lo mio (supongo hasta ahora) pero si el arte... no se que rama del arte... porque creo que hasta siendo maestra, se puede hacer arte.
Me gustaria haber nacido condenada a algo, asi no estoy en este dilema de que quiero SER cuando "sea gande"
Todavia creo que no se lo que quiero hacer mañana...
Violeta Luna
vi.la.luna0@gmail.com
Córdoba-ARGENTINA-
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