sábado, abril 22, 2006

ADOUM Y NUESTRA ESPERANZA

En Noviembre del 2004 tuve la suerte de presentar a
Jorge Enrique Adoum en un acto oficial en la Casa de la Cultura de Tungurahua, a
propósito de la nominación que se la hiciera para el Premio Cervantes. Hoy, a
propósito de la publicación de los seis tomos de sus obras (in)completas he
decidido revisar este texto y desempolvarlo para el blog.

Solo el fútbol, el peligro de guerra o la figura de algún tristemente célebre político a quien desalojar del país en colectivo, nos ha convocado a todos los que habitamos y queremos a esta Patria.
El país siempre se une por una causa, por hacer de un símbolo nuestro, un símbolo universal, un símbolo que brille más en todos los estamentos.
Adoum es ya un símbolo de nuestro país: el hombre, la vida y la obra de Jorge Enrique es ahora ese delicioso pretexto de unión.
Jorge Enrique es el escritor vivo más importante de nuestro Ecuador. Y deben ser muy pocos los que lo dudan. Prolífico escritor que con una envidiable calidad en la escritura y una impecable vida literaria, ha conseguido la admiración de sus lectores, de aquí y de más allá.
Crítico y amante de nuestro Ecuador, fragmentado y mutilado por la historia de siglos, aquella, que como él mismo dice: Es la de “…un país irreal limitado por sí mismo…”. Este país de gente ingobernable, de gobiernos corruptos y oscura identidad; pero también este país de la tierra para todos, de la tierra en que todo crece, en que todo se va haciendo grande y frondoso y duradero. Una tierra que no deja de generar y se regenera en sí misma, y así, en ella, van cultivándose los hombres y las mujeres que un día verán en su país un camino endeble pero resistente; corto, pero a la larga, largo; líquido pero con espuma; fatigante pero sitio de descanso.
En este país nació Adoum. Adoum que lo vio de lejos y decidió regresar; Adoum, que lo acarició con su verbo y lo dejó respirar; Adoum que acudió a sus más gratos e ingratos acontecimientos. Con la historia de Adoum, se puede formar una historia del país.
Los hijos verdaderos de este país nunca han dejado abandonado sus laderas repletas de verdor, sus mares eternos e invulnerables, su magia ahíta de corazones ágiles, dúctiles, hambrientos de cadencia y suavidad.
Si paseamos los ojos y la sensibilidad por la poesía de Adoum, entonces el mundo se abre, y en el centro siempre es el Ecuador, sus pasillos que albergan un pentagrama sagrado, su geografía y sus héroes, sus luchas y esos hombres y esas mujeres que no se dan por vencidos.
Cada día nacen cientos de niños en estas tierras amarillas, en las que habitó el oro y la canela, en las que las nubes escriben la geografía de la atmósfera. Esos niños verán fútbol, y verán ganar o perder a su equipo tricolor; y verán florecer el maíz y los tulipanes; y verán caer presidentes y verán como los vientos chocan en Cochasquí, y como las frutas se maduran en Ambato, y como el mar da permiso a las costas en las playas enormes de la nación. Esos niños deberán leer a Adoum, tarde o temprano, y con él crecerán y se ramificarán, y el aire les dará nuevas esperanzas, nuevas fuerzas.
El sol, con Adoum, en los nuevos hombres y en las nuevas mujeres del antiguo Reino de los Quitu-caras, quemará sus heridas tatuadas desde el nacimiento. Adoum ya ha pagado su deuda externa y su deuda interna. Él está para el resto, allí están sus libros, sus artículos, su conversación deliciosa. Allí su espíritu, su aire de niño, su cosmopolitismo. De él surgirá el cauce para nuevas aguas.
El ecuatoriano tiene muchos complejos: no creemos ni en nosotros mismos ni en otros horizontes. Creemos que el mundo acaba en donde comenzó: en nuestra casa de niños, en nuestras aulas dormidas con las pizarras verdes de los años floridos. Pero Adoum me ha enseñado que el mundo es grande, que a los amigos y a la tierra se los lleva con uno, que lo que uno logra en la vida es para el resto, para hacer país. El país no es territorio, no es figura de estado, es uno mismo y es uno en el resto.
Jorge Enrique, figura de la que estoy orgulloso; hombre de agallas, escritor primordial en nuestro territorio castellano, hombre entregado a los sonidos y a las arbitrariedades lingüísticas, puede llegar, por auténtico, por talentoso, por humano, a ser el nuevo escudo de nuestra patria dormida, de nuestro país, en el que, lamentablemente, hemos dormido con el enemigo dentro de casa. Nosotros somos la enfermedad y la cura. Si unimos la causa, veremos el efecto.

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