domingo, septiembre 02, 2007

Dos columnas de Jorge para EL ANGEL


A semana seguida, el gran escritor cuencano Jorge Dávila Vásquez le ha dedicado su columna de libros PALABRA EN EL TIEMPO de diario HOY, a dos de los libros de ELANGEL Editor.
El sábado 25 de agosto se encargó de Franklín Ordóñez y su hermoso "A cambio de monedas y palabras" y el 01 de septiembre a Osvaldo Encalada Vásquez y su no menos hermoso "Diccionario de la vista gorda" que se presentará en Quito, en Librimundi, el día 4 de Octubre.

Aquí reproduzco las dos bellas columnas de Jorge a los dos bellos libros de nuestra editorial.


Encalada, lúdico y monumental

Oswaldo Encalada Vásquez (1955) es uno de los escritores más prolíficos de la literatura ecuatoriana. Ha producido cuentos de muy buena calidad, es uno de los precursores de una tendencia que hemos explotado, con fortuna, algunos de sus compañeros de generación, el minicuento, cuyas experiencias se recogieron en dos volúmenes, hace más de 25 años: La muerte por agua" y Los juegos tardíos, y posteriormente en Salamah (1998) y Crisálida (2000). Ha escrito novelas breves, como A la sombra del verano. Es, asimismo, dueño de numerosos ensayos sobre literatura universal y ecuatoriana.

Mención aparte merecen sus trabajos enciclopédicos –no pueden ser definidos de otro modo sus extensos catálogos, repertorios, glosarios- como el Diccionario de la artesanía (2003) y el monumental -3 000 páginas- Diccionario de toponimia ecuatoriana (2002).

Su vocación de creador, investigador, docente está más que probada con los testimonios señalados, que no revelan ni de lejos el total de su obra.

Esta nota tiene la intención de mencionar una curiosa tendencia dentro de las labores de Encalada, que ha dado hasta la fecha tres títulos destacables: Diccionario para melancólicos (1999), Bestiario razonado & historia natural (2002) y Diccionario de la vista gorda (2007, Quito, El Ángel Editor).

En estas producciones aparece una faceta del escritor que no coincide con su imagen de maestro universitario, ni con la de literato e investigador serio que hemos relievado: la del duende, del autor que juega con los conocimientos, la erudición que posee, la vastedad de sus lecturas. Se trata de misceláneas que, una vez más, muestran su capacidad para recopilar datos, citas, expresiones, para bucear en la ambigüedad de los conceptos, para ir en pos de una risa compartida, a veces un tanto desconcertante, como la que produce la cita del Diccionario de lugares comunes de Flaubert, reproducida en el texto Literatura: ocupación de vagos.

F. Ordoñez: Estética de la diferencia

En el artículo anterior me refería a la poesía de Roy Sigüenza y sus relaciones con una estética de la diferencia. Esta se puede hallar también en la obra de otros escritores ecuatorianos, y uno de los más notables es Franklin Ordóñez Luna (Loja, 1973), quien, a sus 34 años, con un breve bagaje de 3 libros, es ya una figura poética de gran valor entre los autores de su generación.

En Ordóñez sobrecoge, a veces, la excesiva franqueza que invade su lírica, y la salpica de dolor, desgarramiento espiritual y casi físico, de un innegable gozo fugaz.

Ya los planteamientos estéticos del poeta aparecieron en Mapa de Sal, su inicial y conmovedor título, y se desarrollaron en A la sombra del corsario, poemario breve como el primero, pero más intenso, y claro anuncio de una inminente madurez poética. Ahora, en A cambio de monedas o palabras se consolidan tanto su cosmovisión como su oficio literario.

En una nota de Dionisio Cañas hallamos interesantes expresiones sobre el libro: "Va directo como una flecha de oro a la carne de San Sebastián". El comentarista une así la iconografía del mártir, adoptado por ciertos grupos gay, como una especie de símbolo de la diferencia, con la producción lírica de Ordóñez. Y sí que algo tiene de flecha, de puñal, de espada, este verbo poético que lastima, hiere, sangra: "Como golpes o gotas de sangre/ tu nombre cae malherido/ en mis labios", dice en un poema; y en otros: "Te amo así: cuando eres cielo de espino y piedra muerta". "Aunque cambies de lugar y huesos el dolor es el mismo". "Templo ni tumba. / Solo carne que entre mordiscos escudriña en tu carne". Y esa conciencia del sufrimiento de que hablábamos antes, halla su plenitud en esta especie de invocación a uno de los grandes suicidas de la literatura universal: "Que en tu daga no escampe la sangre, / que mi piel sea tambor de tus melodías, Yukio/ Mishima".

Cañas halla algo democrático en el poetizar intenso de Ordóñez: "Porque su yo se disuelve en la carne del otro"; quizás, pero lo cierto es que hay también como una agonía compartida.

1 comentario:

Fernando Iturburu dijo...

xavier,
me gustaria hacerte una consulta (perdona, no tengo a la mano tu email). f.i.