jueves, agosto 20, 2009

UN POETIZAR HABI(LI)TADO DE VOCES SIN CONSIGNA



UN POETIZAR HABI(LI)TADO DE VOCES SIN CONSIGNA
Fernando Nieto Cadena

me fue dado ser yo
y me estoy convirtiendo en serpiente
Marialuz Albuja


Después de todo el tiempo no pasa en vano. Lo digo porque cada vez más con mayor frecuencia las noticias que recibo de eso que de alguna manera sigue siendo mi solar nativo, recuérdese aquello que uno sólo es de donde yacen sus muertos, y mis muertos más entrañables reposan en Guayaquil y no por pura coincidencia. Decía, digo, de vez en cuando las noticias que recibo son gratificantes para quien mira desde los costillares de un golfo con vientos frescos del sueste lo que pasa allá, abajito de Colombia y arribita del Perú. Noticias que me hablan de poesía, a ratos de narrativa. Y entre esas noticias el pedido de escribir algo que suene audazmente a prólogo que es un poco jugar a cómplice-encubridor y lo que resulte de esta extraña petición que sólo la amistad y la confianza puede provocar.
Normalmente no acostumbro descarrilarme en malabares con pedigrí cabalístico, por lo que no insistiré en la presunta magia del presunto número mágico siete porque ya el cursi aquel se encargará de decir siete son los pecados siete las virtudes siete las vidas de un gato y cuanto siete pueda saltar de su madriguera metafísica (en el buen y peor sentido del dichoso vocablo). Ni modo. Siete son los poetas que habitan y nos comparten su poetizar en este libro.
Por lo pronto hay una coincidencia de los siete respecto a quien esto firma y perpetra: no nos conocemos personalmente en persona, lo cual para ellos debe ser tranquilizador y hasta satisfactorio. He leído antes, de una mínima minoría de los siete, textos sueltos en alguna antología, revista, blog o algo semejante. Estoy en desventaja porque a lo peor ellos me conocen más a mí que yo a ellos. Por lo menos pueden haberme leído, dicho esto sin falsa modestia ni vanidad almidonada, yo -en cambio- empiezo a leerlos más allá del hallazgo de un nuevo nombre. Empiezo a leerlos, es decir, a desentrañar los enigmas de siete discursos poéticos que sin aparente justificación se unen para no permitirnos seguir siendo los mismos de antes de conocerlos. Ya se ha dicho con apócrifo aforismo, por sus obras los conoceréis. Por mi parte los estoy conociendo. Y como no me pusieron límite de páginas ahora se aguantan.

Primero unas consideraciones algo generales. La poesía del siglo 20 abandona las certezas poéticas que dominaron hasta el siglo 19. El discurso se admiraba como producto de una ‘inspiración’, de un rapto de furor divino. Por entonces perduraba (bueno, aún perdura) la noción judeocristiana de la inspiración divina, de ahí el remanente de ver como sacerdocio el quehacer poético. Ese discurso añejo dio paso al discurso conjetural de las vanguardias literarias que niega las certezas que ofrecen asumir la poesía como producto de una inspiración divina para convertirla en llano testimonio de subjetividad que descree de las verdades absolutas y relativiza el ser y no ser de las apariencias con que se viste de múltiples realidades el mundo exterior.
En este sitio debería hacer un resumen del quehacer de los y las poetas en las últimas décadas en Ecuador, justo ahora que se cumplen mis primeros treinta años de haberme yo mismo sacado tarjeta roja del país. Si veinte años no es nada, treinta son una nada y media. En estos años la lírica ecuatoriana ha hecho un guiño como homenaje al himno nacional donde habla de a millares surgir (o algo así, perdón por el olvido). Tengo la sospecha que en Ecuador en los últimos treinta años han aparecido poetas 'a millares surgir'. No caeré en la maligna tentación de repetir el viejo chiste mexicano de sentenciar que en estados como Chiapas o Tabasco todos son poetas mientras no demuestren lo contrario. Si remarco la sospecha es porque lo que más me sorprende es que no se trata de una simple explosión demográfica cuantitativa, sino que se trata también de un estallido cualitativo. No hay pues tal resumen porque ustedes (cualquier lector más o menos asiduo a los estertores-bramidos-ensalmos de la lírica ecuatoriana) conocen mejor que yo y tienen un mejor informe personal de la situación.
Regreso a lo de la explosión demográfica cualitativa de la ¿nueva, joven? lírica ecuatoriana. Para que se acalambre el patrioterismo. No todos ni todas en el estallido de nuevas voces poéticas son excelentes ni están condenadas -las voces- a trascender o perpetuarse para la bobalicona admiración idólatra de muy futuras pero bien futuras generaciones. Hay sí una buena cantidad de voces que destacan, proponen, sugieren, que su paso por este oficio de incertidumbres pesarosas que es la escritura no será en balde y a más de uno se le recordará con envidiosa veneración. No es muy deseable hablar del futuro, debemos permitirle que se convierta en presente para ver si las apuestas fueron o no acertadas o convenientes.

Dicho todo esto entro al baile del que espero salir indemne, menos 'pior' a lo acostumbrado en este canibalesco carnaval de vanidades bien y mal administradas que es la ¿vida? literaria en su poco edificante guerra de egos sin reposo.
Antes una breve numeralia para holgazanear mientras las neuronas vuelven a su sitio. De los siete, cuatro son mujeres. De los siete, cuatro son de Quito, el resto de Ambato, Esmeraldas y Guayaquil. Todos pasaron por alguna universidad y/o por algún taller literario. Más de uno transita por la narrativa, las artes plásticas o el cine. Muy pocos cruzan los eriales del ensayo, de la crítica literaria aunque si ejerzan o hayan ejercido la docencia sobre todo a nivel universitario. Ahora sí, a lo que vinimos.

Presumo ya que no hay aviso en contra que cada uno de las y los poetas son responsables de los textos presentados. Esto podría significar que así se ven, se asumen y quieren mostrarse. Esto lo digo porque hay una 'poética' que precede a los poemas, poética que poco me dice para descifrar el por qué de la selección hecha por cada quien. Por lo demás el recurso del ars lírico siendo como es una añosa convención se queda llanamente en eso, en una llana convención que no trasciende más allá ni más acá de cualquier otro texto. Por lo menos yo sigo preguntándome y para cada uno de este club de siete poetas ¿qué es la poesía? Creo o mejor, pienso que esto es uno de los pequeños pero no leves deslices de LA VOZ HABITADA. Quiero, necesito suponer que no se debe a una improvisación por premura de tiempo; pienso que pudo ser una decisión del grupo sin grupo que buscó mostrar algo distinto pero se enredó en la añeja convención de lo previsible. Pienso que pudo ser incluso una manera de no caer en la otra convención, la de explicar el por qué de esta muestra porque podía a sonar a justificación y ya se sabe que a confesión de culpa ganancia de mal pensados o de envidiosos que es casi lo mismo. Además y ademenos, ahí están los textos que como ya sabemos o debiéramos saberlo, en los poemas al mismo tiempo que desarrollamos un tema subyacente transita lo que pensamos sobre lo que suponemos es la escritura.
Por fortuna el conjunto de los textos de cada uno, incluida la presunta poética ya leída como un poema más, alcanza un nivel mucho más que satisfactorio sin que por eso podamos lanzarnos al estallido de cohetones y descorchamientos de botellitas de jerez a la salud de nadie. Se ha dicho hasta la aburrición que los textos se defienden solos. Pienso que esta vez salieron bien librados porque buscándole como le busqué los qué y cómo para descarrilarlos hacia las cunetas de la inanidad pudieron más ellos, los textos, que mi intransigente vocación de lector siempre a la defensiva para que no me den gato por liebre. Como bien se ve no puedo escapar a la convención de los lugares comunes.

A partir de que toda escritura se reduce al trillado sendero de preguntarnos quiénes somos y por qué somos, encuentro una coincidencia mayor entre los textos de las poetas que entre los poetas. El sector femenino cuando merodea las esquinas de lo amatorio casi siempre lo hace como evocación después de. El aire de nostalgia, de soledad con que se evoca al amado me induce a sospechar que esa soledad más que un artificio lírico es una actitud ante la vida, una manera de decirse y decirnos cada una que sí, el amor es necesario pero más necesaria es mi soledad donde puedo ser y estar a plenitud para pensarte-recordarte-desearte. La consabida estrategia del desamor de los amantes que nunca sabemos lo que tenemos hasta que lo malgastamos. Esto desde la atalaya de la mujer que para dignificarse en su soledad asume una visión que en cierta forma juega a ser irónica para escamotear/se el dolor del bien perdido.
Marialuz Albuja, por ejemplo, lo dice de esta manera:
Alguna vez
quizás al comienzo de otra guerra
o en el descanso de las gradas que recorres cada día
sin notar que el pasamanos ya no aguanta
me habrás, por fin,
definitivamente
olvidado.
Ana Cecilia Blum por su parte confidencia:
Si pudieras
quedarte para siempre,
si no te marcharas
al siguiente día

Julia Erazo expresa el hallazgo de la caducidad del encuentro amatorio como lucha de sexos:
no estás
sabanas africanas
la aurora el ocaso
una leona
tras una cálida presa
aspiro tu aliento
guardo la flor del baobab
a pesar de las sombras
la caza se consuma
Por su parte Carmen Perdomo, el olvido lo envuelve como ausencia:
Invento tu piel,
como el fuego que nace en mis pupilas.
Hoguera,
labios pálidos,
voces olvidadas.
La muerte me diluye en tu cuerpo.
Lo amatorio no es lo único que las conduce a pergeñar sus soliloquios dialogados. Cada una plantea de cierta manera atisbos de cierta poética (conjunto de técnicas, repertorios temáticos, puntos de vista) femenina (si existe algo que pueda denominarse así, de poética femenina, digo), para expresar -en los términos de un viejo ortegagassetismo- su ser y su circunstancia como sólo una mujer puede experimentar el mundo, la vida pues, con palabras nacidas a veces como desgarramiento y a ratos como realización testimonial de su ser y estar en tiempos como estos que nos ha tocado en suerte vivir.

Los poetas se expresan más allá o más acá de los desasosiegos del amor. Lo más cercano es la atmósfera doméstica para nostalgizar a los hijos como en el caso de Xavier Oquendo. Carlos Garzón en cambio entrecruza una suerte de religiosidad pagana que no se resuelve a imprecar ni a venerar. Carlos Vallejo se desenvuelve mejor porque no se refrena con esa especie de minimalismo involuntario o inconsciente -no sé- que parece permear a muchos o por lo menos a la mayoría de los poetas de las ¿nuevas? ¿novísimas? generaciones líricas no sólo ecuatorianas llegadas después de los ochenta. Minimalismo que en este libro no es monopolio masculino ya que las poetas también se deslizan por los acotados espacios de la brevedad.

Desde siempre una de las preocupaciones de los poetas ha sido la de configurar un discurso para dialogar si no consigo mismo, con ese otro que nos habita y condiciona a ser lo que aspiramos y no lo que presuntamente somos porque así lo prefieren y permiten quienes se disfrazan con los valores seculares de la humanidad y se esconden tras los artificios de la manipulación de verdades y realidades que el poder –cualquiera que sea- dispone como irremediables.
Los poetas desde la muy arcaica y tediosa antigüedad hemos optado por el fuego prometeico de la palabra para desnudarla y poseerla en toda su plenitud expresiva. Por eso, insatisfechos de todo y nada, es decir, de nosotros mismos, buscamos ese alter ego que nos libere de nuestras prevaricaciones ante la vida, que nos justifique ante nosotros mismos para seguir respirando sobre este planeta donde cada vez más deambulamos como suicidas sin vocación.
Por esta búsqueda de un alter ego entre existencial y literario vislumbro que los tres poetas de este volumen se internan en la vorágine de sus obsesiones para sentirse inmersos de vida en los descensos a sus cotidianos infiernos.
Carlos Garzón Noboa mantiene en su discurso un ritmo que lo lleva y trae de aquellas sombras donde la muerte es una conseja exorcizada a una preocupación de respuesta más o menos panteísta para descifrar los oráculos del devenir, sin remilgos ni autoconmiseraciones:
Mejor habría sido sepultar a los ídolos,
que soñar cómo nuestras tiernas hijas
fornicaban con la edénica serpiente;
pero, confiados, seguíamos esperando,
dormidos al pie de las Escrituras,
la respuesta del Oráculo.
Xavier Oquendo Troncoso discurre por una domesticidad donde los hijos parecen ser el interrogante frente a un futuro donde él de alguna manera seguirá siendo un Prometeo encandilado por la vida:
En el fondo de los vientos
habitan los ángeles
que parecen otros vientos
que se juntan con los vientos normales
y entonces forman los colores de las brisas
que los hijos ven,
y nosotros creemos que es el viento.
Pero son los ángeles caídos
que quieren jugar a ser viento.
Carlos Vallejo se interna en los eriales de la exploración intimista a través de juegos narrativos que saltan en zigzag sin premeditación ni coherencia aparentes como muestra del caos interno que busca restablecer el orden primigenio, no en vano esa es la función de todo poeta, ordenar el acoso de ese caos que son y somos los humanos:
Habrá que abrir las ventanas del mundo
para que el deseo cante otra vez a sus muertos,
habrá que volver a empezar, antes de los labios,
hasta alcanzar la señal primera, el motor
del verbo, esas novísimas aguas, y profanar
el lecho donde tiembla un cuerpo: centro de la tormenta.

Uno de los temas recurrentes ha sido y es la exploración de los laberínticos andamiajes de la infancia, ese tiempo –dijo Jorge Guillén- cuando nada era más serio que jugar en serio. Indagación que usualmente se convierte en el eje de la obra total del escritor que requiere indagar esos territorios para saberse vivo, más allá de la constatación burocratizada de la existencia. Si lo anterior es cierto, los siete poetas aquí presentes desmienten un poco, mucho o todo lo que se ha venido diciendo cuando hemos tropezado con la infancia y hemos intentado volver a ella como al edén del que fuimos expulsados. Digo que desmienten esa conseja del rescate/recuperación de la infancia porque en sus textos las referencias a la niñez son marginales o en abstracto. Debo confesar que es posible que estos siete poetas en otro momento, en otro libro, en otra circunstancia ya hayan despachado esta vaina de la infancia. En este volumen no hay inmersión en la presunta 'edad feliz' ni testimonio de esa imborrable polimorfa perversión de la niñez donde rozamos las cavernas de la felicidad.
En todos la nota viene marcada por el yo de un presente no siempre pletórico, a ratos placentero. Por ahí discurren estos ríos que no son pretéritos pero que si van a la mar de una poesía en búsqueda de sus definitivas provisionales palabras enraizadas con la vida.

Finalmente, el epígrafe. No se crea que lo puse por esa manía convulsiva y compulsiva de poner un epígrafe que demuestre lo ilustrado letrado que soy. De por sí el epigrafismo se sustenta en los grandes nombres de los poetas que reconocemos y admiramos y/o envidiamos. Lo digo con conocimiento de causa, usé y uso como epígrafes grandilocuentes versos o frases rayanas en solemnidad avasalladora para demostrar que estoy al día y soy exquisito como el epigrafiado de turno. El epígrafe puesto esta vez tiene una sola motivación.
Si de mostrar poéticas se trataba aquí está, pienso, el ser, la razón de ser y el por qué ser de este libro, poesía expresada a través de siete poetas que buscan su identidad, su voz, ese inasible yo que todos perseguimos como poetas. Como todo personaje kafkiano, la imagen del escritor no es más que una alegoría del bicho aquel, parecen despertar los siete poetas de esta VOZ HABITADA en medio proceso de convertirse en la mítica serpiente, símbolo de inteligencia, sabiduría y sensibilidad, lejos del aberrante simbolismo cristiano que lo único que hace es evidenciar su frustración misógina. Pienso y creo que por aquí anda, debe andar, la oscura y clandestina vocación de este sector de poetas ecuatorianos más o menos emblemático de un ¿nuevo? poetizar, aferrados a la palabra como puerto de atraque y tabla de salvación al mismo tiempo. Si de paso la sabia serpiente es también la seductora serpiente bíblica que nos conduce al descubrimiento y hartazgo del placer de los cuerpos, bienvenida sea.

Villahermosa, Tabasco, México, 14 de Abril del 2008.

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