miércoles, mayo 16, 2007

OSVALDO MUÑOZ MARIÑO: EL EDUCADOR DE LOS OJOS


Al subir al departamento del edificio donde vive Osvaldo Muñoz Mariño, en el norte de la capital, parece que uno ya es parte de una de sus acuarelas. Él me espera en el dintel de la puerta de su estudio y con una sonrisa me saluda. Más tarde me daré cuenta que esa sonrisa se convertirá en risa y luego en carcajada (es envidiable el sentido del humor que lo acompaña siempre). Me invita a pasar y me salta a la vista unos afiches enormes con su firma y su rostro más joven, enseguida se deja notar la presencia de las acuarelas: atiborradas en las paredes, esperando por los ojos que se quieran fortalecer en esa luz. Estas forman parte de la enorme colección de obras que ha donado a la humanidad el genio creador de este riobambeño universal, nacido en 1923.

Enseguida me invita a conocer su morada quiteña: llegamos hasta una habitación en donde hay más de una docena de Cristos antiguos, en muchos tamaños y de muchos años atrás: la mayoría son del siglo XVII y XVIII. Luego su sala con mucha luz y adornada de mimadas acuarelas de su creación. En ellas está retratado eternamente, por ejemplo, Guápulo y un detalle del barroco alemán, solo por decir algo. En un rincón del salón se halla una considerable colección de piezas arqueológicas. Me ha dicho que es colección de su mujer y que entre las piezas se hallan tres que son muy antiguas e importantes, son restos de Punín. Y por último, cabe destacar a la virgen que baila, la famosa Virgen de Quito hecha por Legarda y de tamaño considerable, termina de darle un toque genuino a su departamento.

Luego ya, al sentarnos, me impresiona su conversación fluida. En su rostro ya se siente que el tiempo pasó por él como el color ocre sobre una cartulina blanca. Su estudio es un rincón de sorpresas, además de las bellas acuarelas que lo adornan, está la luz que entra por una amplia ventana en donde se miran las nubes y los edificios, en mezcla y contraste. Además, una colección de figuras religiosas está alternando sus monumentales acuarelas. Esas que le han hecho viajar por todo el mundo y en las que ha dejado constancia de las más bellas ciudades del mundo, aquellas que han sido declaradas por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad.

Arquitecto de profesión, graduado hace más de cincuenta años en México, país en el que ha estado radicado y en el que se casó. Aún se nota en su dialecto el paso por la tierra de Netzahualcoyolt. Expresiones como “vamos a platicar” o “mis cuates” sacan a relucir el gran amor que siente por esta tierra en la que es muy conocido y además en la que conoció a su compañera y esposa Cristina que es de la alta sierra mexicana. Por lo tanto México ronda siempre su corazón. Ha pintado a México en innumerables ocasiones, no solo porque este país es una de las naciones que más ciudades Patrimonio de la Humanidad tiene (21) sino por esa cercanía personal y, claro, por su esposa.

Acto seguido me enseña su último catálogo y es, precisamente, sobre una exposición del maestro en México, en el Colegio de arquitectos de este país, en el que en 1965 ganará el Primer premio en el Salón anual de la acuarela. En el catálogo están mimosas acuarelas que reflejan la belleza del país Azteca.

SUS CAMINOS

Aunque dice que “está en la acuarela desde que me acuerdo”, el maestro Muñoz Mariño pasó por otros submundos de la plástica: el óleo, el acrílico, el fresco, el carbón, el dibujo con marcador, pero al entrar por la puerta grande de la acuarela, decidió no salir nunca más, quedarse en la finura de sus colores, en la sugerencia de la figuración. Los trazos de sus bellas acuarelas y la perspectiva de sus dibujos nos hacen entender que su complemento con la arquitectura es una combinación perfecta.

Lo primero que se acuerda haber dibujado en su vida es un auto. Esto se debió a que su papá un día le dijo que iba a comprar un carro para la familia, entonces el pequeño artista decidió regalarle el auto antes de que lo compre y le pintó uno. Luego de ello, sus recuerdos son enfrentamientos constantes con toda superficie en donde se pueda pintar: paredes, hojas, cartulinas, telas. Y ya no descansará nunca su labor eterna.

Según parece decirnos, su familia, sobretodo su madre, no estaba muy de acuerdo en que su profesión sea la de pintor y para recrearnos esta aseveración nos cuenta lo siguiente: El maestro y su familia vivían en Riobamba. Él era un niño cuando alguna vez llegó el Arzobispo hasta esta ciudad. Entonces, curiosamente, fue a entrevistar con el pequeño Osvaldo Muñoz Mariño, para conseguir convencerlo de que siga la vocación de sacerdote, a lo que él se negó absolutamente. Pero luego él niño descubrió que esto era un complot entre su madre y el cura. Y su misma madre confirmó su hipótesis. Entonces, ya para esa época, el futuro maestro de la acuarela le dijo a su madre que lo que él quería ser en la vida era pintor. El pequeño tenía 7 años cuando deseó esto.

EL PINTOR DE LAS CIUDADES

Osvaldo Muñoz Mariño ha viajado por todo el mundo: los países más exóticos, los más lejanos, los sitios recónditos del mundo han sido retratados por sus pinceles y por el color aguado de la acuarela. Gracias al bello proyecto de la UNESCO de retratar en la acuarela los sitios más bellos de las ciudades Patrimonio de la Humanidad, Osvaldo Muñoz Mariño ha hecho un trabajo recopilatorio inolvidable y hermoso.

Hace muy poco tiempo el maestro decidió organizar su obra y sistematizarla, guardarla en discos y ordenarla por año, país, lugar y tamaño. Todos nos asombramos cuando llegamos a encontrar que la obra de Muñoz Mariño en la acuarela llega, nada más ni nada menos, que a más de 2500 cuadros en donde se encuentra el mundo retratado.

En sus viajes siempre lleva con él un cuaderno en blanco. Dicho tomo regresará al país de residencia siempre repleto de apuntes, de notas y, sobretodo, de dibujos. El maestro decide enseñarme el tesoro de uno de estos tomos inéditos. En una de las primeras páginas está un retrato con trazos infantiles: “es de mi nieta, -dice. Hizo mi retrato y el su abuela”, y ríe con entusiasmo. Luego comienza la magia de sus apuntes, las notas y los trazos que, más que dibujos, parecen estampas, pero son ensayos, borradores de futuras obras. Sus cuadernos de viaje y planificación me recuerdan a los diarios de apuntes de Leonardo Da Vinci.

El maestro solo pinta con la luz natural. Si la luz no se va hasta muy tarde, él puede quedarse todo el día trabajando. De la luz depende su trabajo. Y siempre ha pintado frente a lo retratable. No se basa en fotografías ni en otros cuadros. Es el pintor frente a frente con su reto, con la ciudad. Es el pintor que le quiere sacar el alma a la ciudad, que se la quiere arrancar. Como le habían dicho uno de sus habitantes en la ciudad de Cáceres, en España: “Este señor se está llevando la ciudad en sus cuadros. Se está llevando nuestro patrimonio”.

Por pintar los sitios histórico de las ciudades, el maestro Muñoz Mariño ha estado en sitios, como él mismo los llama, “escabrosos”, pero “la gente siempre me ha ciudado. Cuando me ven dibujando frente a algún monumento histórico, me traen una silla”. Entonces, el maestro nota la complicidad de la gente para con su trabajo, para con su labor de “documentalista de ciudades”, como él mismo se ha autocalificado.

Toda acuarela siempre la termina en el sitio en el que se encuentra el paisaje y el sitio retratado. Nunca trae trabajo a casa, todo lo que se ha hecho es producto de ese enfrentamiento vivo con la obra de arte histórica y la futura obra de arte, que resulta: la acuarela de Osvaldo Muñoz Mariño.

Una de las notas más anecdóticas de su carrera fue cuando casi lo meten preso por pintar, pero lo más curioso es que esto fue en la ciudad de Quito, el Primer Patrimonio de la Humanidad y la ciudad en donde reside.

Nos cuenta que estaba pintando la gótica Basílica del Voto Nacional, y mientras trazaba con la magia de sus manos, un policía se acercó donde estaba y le preguntó que hacía, luego de responder a su pregunta, le prohibió seguir realizando sus labores artísticas, aduciendo que “esta prohibido pintar”. No deja de ser extraordinariamente anecdótico, el asunto, e irónico, a la vez.

La lista de ciudades pintadas por Muñoz Mariño es enorme. Ha llegado a sitios inaccesibles y a lugares desconocidos. Su aporte como artista es realmente extraordinario. Tanto que el gobierno del Ecuador, en 1999, le concede la más alta condecoración que se le entrega, en este país, a un artista: El premio Eugenio Espejo.

LA ACUARELA ES UN ESTADO DE ANIMO

Desde hace algunos años varios alumnos que trabajan la acuarela en Quito van a su departamento para que el maestro guíe sus pasos. El, lleno de bromas y chistes, los va guiando por el difícil camino de verdadero arte. En la acuarela no hay forma de corregir lo ya hecho, nunca quedará igual, ya no será lo mismo, nos explica el maestro y nos dice que pintar acuarela es como el estado de ánimo e las personas, influye en él, el clima, el carácter, el pié con el que uno se levantó. El color en la acuarela, según el maestro Muñoz Mariño, es caprichoso, nunca sale igual, todo depende de cómo uno se encuentre y se sienta.

SU LEGADO A LA CIUDAD

El legado que quiere dejar Osvaldo Muñoz Mariño al mundo son sus bellas acuarelas, por eso le está rondando en la cabeza un bello proyecto: crear “La casa de la acuarela” en una bella propiedad colonial en la calle Junín en el Centro Histórico de Quito. En esta casa quiere montar un gran museo de la acuarela pero, además, como un complemento a su sueño, le gustaría formar allí una especie de Escuela y que los alumnos sean los niños que viven en estos bellísimos barrios coloniales. Pero, claro, esta escuela es diferente. En ella se va a educar el ojo. El ojo de cada niño va a mirar distinto el mundo, va a ver en el mundo otra realidad, y luego, si quieren pueden pintar, mirando los bellos callejones de Quito, una de las ciudades más bellas del mundo.

Es la escuela para el ojo, para valorar lo que uno ve. Y comenzar a ver el mundo partiendo por nuestra propia ciudad.


1 comentario:

Clos Yeah dijo...

entérate de los chismes culturales guayacos y del Ecuador: www.chismesculturales.blogspot.com

Un beso. Clos