martes, enero 16, 2007

¡QUE NO QUIERO VER LA SANGRE DE FEDERICO SOBRE LA ARENA!

Nunca de los nuncas, ni aunque vuelvan a renacer las esperanzas y la guerra civil de España sea el grito desgarrante de la poesía, se podrá repetir en el mundo, la pléyade de escritores de La Generación del 27. Nunca veremos juntos sensibilidades universales, reunidas en amistad y talento (se la llama también generación de la amistad), luchando con la palabra, como si fuera el arma letal, contra el caudillo de la guerra y sus balas de verdad.

Nunca se ha dado un Luis Cernuda y un Jorge Guillen, cantando a coro ancho sus apuestas con el sol nuevo de la vieja Castilla. Nunca más un Rafael Alberti y un Vicente Aleixandre, han vuelto a buscar juntos, con clarividencia compartida y sin egoísmos, la verdad en el mar y en el océano de los morfemas (y nunca se han repetido los que faltan: Pedro Salinas, Gerardo Diego, Juan José Domenchina, Dámaso Alonso, Emilio Prados, Manuel Altoaguirre). Nunca la vida tuvo nombres tan geniales, reunidos en la misma generación y, sobretodo, siendo amigos, camaradas, hermanos...

Once poetas (aunque mucha gente afirma que Miguel Hernández es, por derecho, de esta generación, lo cual resultaría doblemente poderosa en historia y poética) reunidos, por primera vez, gracias a la memoria y poesía de Luis de Góngora y Argote, que en 1927 cumplía 300 años de fallecimiento.

El Ateneo de Sevilla, 1927. Los poetas se convocan entre sí, se buscan, se dan la mano, y salen a explorar el mundo (como nunca antes lo ha hecho otro grupo de dimensión universal).
La guerra y la madurez los convocó a la soledad. Pocos quedaron: unos murieron prematuramente, otros salieron desterrados de sus tierras peninsulares, otros se quedaron en la España fascista, con un tapón en la boca y miles de jazmines en su poesía. Lo impactante es que todos los poetas de esta generación, son dignos de recordar, de aplaudir, de leer. Son un universo. Nunca había visto ni oído algo parecido en poesía. Peor en la vida común y egoísta en que vivimos.

Si de este grupo de gigantes hubiéramos de escoger a uno. A solo uno que los defina por voz y voto; sin duda, sería Federico García Lorca (Aleixandre: ganador del premio novel; Alberti que vive aún, y es el último y mimado de la singular generación, hacen sombra al andaluz, pero es Lorca la estatua).

Federico, dice la gente, era el sinónimo de poesía. Quien no leía a Federico estaba perdido. Sin esta lectura no se sabía lo que era la palabra y la sensibilidad. Quien no repetía sus versos en cantos populares andaluces, no podía vivir con la poesía:

Todas las rosas blancas,
Tan blancas como mi pena,
Y no son las rosas blancas,
Que ha nevado sobre ellas

En ese tiempo toda la poesía llevaba su nombre. Lo repetían en los cuarteles y en las playas andaluzas. Lo leían en Francia, tratando de asumir el acento andaluz. Lo leyeron en Nueva York (luego él pagó este gesto, inmortalizándose en el surrealismo más preciso de la poesía contemporánea en español: Poeta en Nueva York):

Si no son los pájaros
Cubiertos de ceniza,
Si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
Serán las delicadas criaturas del aire
Que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.

Todos lo leyeron y lo seguimos leyendo aún. Su veta no termina. Y parece que en cada acorde de flamenco, aparece su reiteración fonética. En cada torero, en cada toro, en cada muletazo, en cada sorbo de sangría, Lorca se presenta como un gitano:

La Carmen esta bailando
Por las calles de Sevilla.
Tiene blancos los cabellos
Y brillantes las pupilas.
¡Niñas,
corred las cortinas!

En cada canción popular de Serrat, en cada gesto quiromántico de una gitana con ramito de laurel, en cada latitud se lo recuerda. Todo hogar medianamente culto tiene un libro de Lorca en su cabecera. (Recuerdo haber leído en algún artículo periodístico, sobre una encuesta realizada en Roma, pidiendo a personas comunes, los diez libros más importantes de su vida. En esa lista estaba como un faro, reposando el recuerdo de Romancero gitano, el libro que dio la vuelta al mundo):

Si vinieran los gitanos,
Harían en tu corazón
Collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos...

Granada, 1898: nace Federico –y con él la poesía- en el pueblito de Fuente Vaqueros. Nace para bien del andaluz maltratado por el racismo español (poeta intensamente comprometido, al que, muy despectivamente, el gran maestro Jorge Luis Borges, lo trató alguna vez como un andaluz profesional). Desde muy joven ya cantaba coplas quebradas e improvisaciones deliciosas. Manuel de Falla alias la música folclórica de España, fue su profesor de flamenco. Bailaor y flamenquero, comenzó a amar desmedidamente el poema:

¡Oh, qué dolor el dolor
antiguo de la poesía,
este dolor pegajoso
tan lejos del agua limpia!

La poesía se entregó a él, para siempre, cuando en 1916 escribe sus primeros poemas, después de haber realizado varios conciertos de música, desde 1909, año en que se traslada de su pueblo natal, a vivir en Granada, la tierra que lo adopta como propio.

En 1917 conoce a Antonio Machado. Ninguno de los dos sabía a quien estaban saludando en realidad –este encuentro debe ser uno de los célebres de España-. Machado era la voz que Federico heredó con derecho para el universo en español.

En 1918 publica Impresiones y paisajes. Para 1919 viaja a Madrid, y entra a refugiarse en la residencia de estudiantes (Luis Buñuel, Salvador Dalí, José Moreno Villa, Antonio Rubio, Emilio Prados, etc. Eran sus compañeros). De esta época salen historias y fantasías dignas de la comidilla literaria. Dalí-Bunuel-Lorca, el trío de surrealistas universales (pintura-cine-poesía, respectivamente). Sus obras de teatro se estrenan con desenfrenado éxito en Madrid. Conoce a Juan Ramón Jiménez y se vuelve su buen amigo, pese al indomable genio del hipocondríaco premio novel. Se gradúa de Abogado en su Granada querida. En 1924 (año inolvidable) nace Romancero gitano, sin sospechar que con él, se estaba inaugurando la poesía de España para el mundo. Antes de este universal libro ya publicó Libro de poemas, Canciones, Mariana Pineda –teatro-.

En 1926 publica la Oda a Salvador Dalí, de la que el pintor –y mejor amigo de Federico en su adolescencia y juventud- estaría vanidosamente agradecido, y declararía, después de la muerte del poeta, que gracias a esa oda, y a quien la inspiró, Lorca es lo que es.

En 1927 se reúne, el poeta, con los poetas de su Generación en Andalucía. En 1929 viaja a Nueva York, donde lo acoge el surrealismo, y consigue, su mejor y más elaborado libro, después de sufrir de desarraigo y soledad. Al regresar a la tierra, en 1930, se reencuentra con su pasado gitano, y escribe Poemas de cante jondo. Su último periodo lo dedicó, con enorme fe, al teatro. Ya estaba la guerra arañando la tierra ibérica. En 1934 muere Ignacio Sánchez Mejía, el torero amigo, a quien hay que agradecer la mejor Elegía escrita en este siglo, en español:

Dile a la luna que venga
Que no quiero ver la sangre
De Ignacio sobre la arena

Yerma, Bodas de sangre, la Casa de Bernarda Alba, pasan y repasan por las tablas.
En 1936, año en que la guerra en España se inicia, y termina 3 años más tarde, comienza a escribir Sonetos del amor oscuro. De ese tiempo es famosa su declaración: Yo nunca seré político. Yo soy revolucionario, porque no hay verdadero poeta que no sea revolucionario.

Era 16 de Julio del mismo año: Federico insiste en ir a Granada, ciudad peligrosa en tiempos de guerra, para un poeta. Luis Rosales, el intelectual amigo del poeta, decide esconderle en su casa, pero el 16 de agosto lo detienen. Sus amigos intentan conseguir su libertad. Hasta el mismo Manuel de Falla trata de hacer algo por él, pero todo es en vano.

Un 19 de Agosto, lo callan definitivamente en Viznar, junto con tres hombres más (dos toreros y un maestro cojo).

Aun se discute si esta masacre fue equivocación o capricho. La muerte de Lorca es un misterio.

El célebre chileno Pablo Neruda acota enfáticamente lo siguiente: Federico García Lorca no fue fusilado; fue asesinado. Naturalmente nadie podía pensar que le matarían alguna vez. De todos los poetas de España era el más amado, el más querido, y el más semejante a un niño por su maravillosa alegría. ¿Quién pudiera creer que hubiera sobre la tierra, y sobre su tierra, monstruos de un crimen tan inexplicable?

Rafael Arberti, uno de sus grandes amigos, le escribe un poema que dice:

Federico.
Voy por la calle del Pinar
Para verte en la residencia.
Llamo a la puerta de tu cuarto.
Tú no estás.
Federico.
Tú te reías como nadie.
Decías tú todas las cosas
Como ya nadie las dirá.
Voy a verte a la Residencia.
Tú no estás.
Federico.
Por estos montes de Aniene
Tus olivos trepando van.
Llamo a sus ramas con el aire.
Tú si estás.

El viejo Alberti, lo encuentra omnipresente. Y así lo encontramos miles de hombres y mujeres que lo amamos. Somos esos que sabemos que en ese tiempo la poesía se llamaba –y acaso, aún, se sigue llamando-: Federico.

4 comentarios:

Lucre dijo...

Me gusta este artículo, aunque veo necesarias dos precisiones: el torero es Ignacio Sánchez Mejías, y Rafael Alberti, lamentablemente, ya está muerto, si no, tendría a la fecha 105 años, edad a la que se acerca el abuelito de Correa pero no el poeta. Una recomendación de lectura, el libro VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE FEDERICO GARCÍA LORCA, o su versión en inglés: FEDERICO GARCIA LORCA, A LIFE, por Ian Gibson, texto que ayuda a comprender mucho la obra de Federico a partir de su vida.
Lucre

Xavier Oquendo Troncoso dijo...

Mi querida Lucre, sé que Ignacio Sánchez Mejía es el torero, no sé a qué te refieres. Y claro que sé también que don Rafael murió hace ya algunos años. Tal vez te haya molestado el verbo en presente cuando me refiero a su omnipresencia. Y claro que leí su vida, pasión y muerte, pero más me intereso el Asesinato en Granada de Claude Couffon que analiza su muerte a partir del descubrimiento de la fosa común en lo que ahora es el parque García Lorca en Granada, y donde está su casita. Ese ensayo también te lo recomiendo, lo publiqué en b@ez.oquendo en un libro de Rocío Durán Barba.

Abrazos

Lucre dijo...

Ignacio Sánchez MejíaSSSSSSSSSSSSSS, ese es el apellido, en plural, más de uno.
L

Lucre dijo...

Además, me refiero a esto, tomado de tu propio y mismito blog en persona: "Si de este grupo de gigantes hubiéramos de escoger a uno. A solo uno que los defina por voz y voto; sin duda, sería Federico García Lorca (Aleixandre: ganador del premio novel; Alberti QUE VIVE AÚN, y es el último y mimado de la singular generación, hacen sombra al andaluz, pero es Lorca la estatua)."
Y el premio es Nobel...
L (la correctora de pruebas)