En el mes de Marzo de este año la escritora Lucrecia Maldonado y mi persona
tuvimos el agrado y honor de presentar el bello libro de poesía de Jorge Dávila
Vasquez, "Río de la Memoria". Dávila Vásquez es considerado por la mayoría de
sus lectores y críticos como un extraordinario narrador de la generación del 70
en nuestro país, sin embargo su lírica seria y bien identificada es digna de
leerse. A continuación incluyo para mis lectores, el texto que leí la noche de
la presentación del libro.
En una bella edición, como todos los libros de Jorge Dávila Vásquez, aparece su nuevo volumen de poesía, “Río de la memoria”. Edición siempre cuidada, siempre estéticamente correcta, nunca alejada de esa sutil forma de ver el mundo, con la sencillez de lo sobrio y con la simpleza de la verdad.
Así mismo, como está la edición, están los poemas de su contenido. De aquí parte la idea de la poesía y el río, tomando en cuenta que, como otro Jorge, el Borges, decía que su arte poética es simple y llanamente “mirar el río”. Y el río se lo mira de varias formas, pero todas las formas conducen a la Roma del río, es decir a las aguas que desembocarán en un finito desconocido y en un futuro que puede volverse la memoria.
Yo he creído siempre que uno a partir de los 30 años ya no vive plenamente, sino que se dedica a recordar lo vivido, y entonces lo revivido por la memoria es otra forma de vida, en donde uno puede condimentar, con astucia y consuelo, toda aquella vida dulce, triste, amarga o hermosa. Volver a vivirse en el río del recuerdo es como bañarse dos veces en las mismas aguas, así Heráclito nos reclame la osadía.
Este es un libro de recuerdos de Dávila Vásquez; con este libro yo he llegado a conocer más a Jorge. Es un libro que contiene una sugerente biografía de ese Jorge que por ahora tiene de profesión extrañar, y que busca en la poesía volver a vivir y revivir las cosas, los sonidos, los ecos. Lo importante de todo es que lo consiga.
Río de la memoria se lee de un tiro, en él no brillan las imágenes impostadas ni los giros de erudición (que en el caso de Jorge serían naturales, pues su vocación literaria y catedrática lo amerita desde cualquier punto de vista). Este libro no tiene pose críptica, ni imágenes que no lleguen a nada.
Seis deltas conforman este río, en donde las piedras están sumergidas en la arena que lo hace puro. Seis deltas, seis columnas en donde se aloja el espíritu de la memoria con su carga de años. El primer delta se llama CASAS y son eso: las casas por donde la voz poética habitó y dejó regando el jardín de la memoria con recuerdos. Con diáfana verdad y con el más simple y más sentido lenguaje de la palabra, el poeta se deja ver por los pasillos que conforman la gran casa del ser, como llamaría Heiddeger, a ese estado que es el cuerpo sin el alma. Así las almas de nuestras casas se vuelven nuestras extremidades por donde caminamos los recuerdos, donde aprenden a gatear nuestras palabras, donde el mundo tiene el color que se opacará con los años, pero que seguirá brillando como un candil que se tambalea sobre el álbum familiar de nuestra vida pasada. Allí está la casa de niño, donde, como dice el poeta: “…soñábamos todos juntos/ lo mismo”; Otra era en el campo y “Su vuelo lleno de plumas/ y desgarrones/ vuela a veces/ en agitada pesadilla”; y la casa extranjera en donde “hicimos nuestra vida/ de estudiantes pobres/ y empezamos a esperar/ a los hijos/ que solo eran una promesa/ perfumada/ por esas flores que no se dan/ en nuestra tierra…”.
En este mismo delta de las CASAS, aparecen los retratos de las tías que son la miel del recuerdo de la infancia y que permanecen en la memoria como un daguerrotipo perfecto. Luego está el río que son muchos ríos en uno, y todos van a dar al mar del recuerdo. Y luego las ciudades que ama la memoria y que se han quedado siempre en el reposo del fuego y de las palabras. Sin embargo luego de estos recuerdos, aparece uno que resulta tan simple, y que sin embargo es, desde mi modesto parecer, uno de los más bellos poemas del libro “Utopía del árbol”. En este poema vive el niño Jorge con sus hermanos, juntos con los capulíes y sus ramas altas y empinadas, y en él se crea, como en la construcción del barquito de papel de la canción de Joan Manuel Serrat, todo el imperio de la imaginación. El juego es el leiv motiv, pero también es la vida y también el paso del tiempo y también la historia y el pesado candado de la memoria. “Era más alto que/ la casa/ y eso hacía del árbol/ del sueño/ un palacio/ mayor que aquel/ que construyó para Aladino/ el djin”.
El delta continúa su viaje hacia el fin con el poema Recuerdos, que consta de 10 piezas poéticas que en la memoria del poeta renace con afán perseguidor por ese misterio de las cosas que hacen que los sentidos vuelvan a percibir lo que pide la memoria. Así los mechones rubios de sus hijos, una cascada con un hilo de agua, algún rincón de Marsella o la anciana de un cuadro de Cezanne, son las cenizas que encienden todo el fogón y nos alucinan con los cuadros del pasado.
Memoria de la poesía es un poema que celebra la palabra y que trae a colación a todos los grandes poetas y escritores mundiales y del Ecuador, a los que Jorge los nombra con admiración y les dedica versos y agradecimientos por la entrega a la palabra. El recorrido de sus lecturas, la precisión de la memoria en algunos versos, la transtextualidad postmoderna que Jorge entrega como un homenaje a la poesía y a los poetas es digna de imitarse.
La primera parte se cierra con un bello poema de amor. Simple y por simple enorme. La frase ramplona del lugar común aquí se salva por verdadera, porque se nota que es un amor de a de verás, y que no hay marcha atrás. Dice que el amor: “es bañarse en/ las secretas y tibias/ aguas/ del ser amado/ y quedarse mirando/ la espuma del ayer/ la orilla del mañana”.
El segundo delta de este libro me ha recordado al primer Rafael Alberti, luego de Marinero en tierra, o a la bella voz de Dulce María Loynaz, que fueron poetas que hicieron lo que Huidobro ordenó: “No habléis sobre la rosa/ hacedla florecer en el poema”. El cuadernillo de poemas PEQUEÑA CANCIÓN es el poema a la madre desde las cosas bellas, desde la magia de las cosas pequeñas, de esos botones que nos recuerdan olores, texturas, rostros sumergidos en el pantano del tiempo y recuperados tan solo al alzar un tapete pequeñito y luego desmoronarse. “Se marchitó la rosa, madre/ se ha marchitado.// Sobre la fuente quedan/ solo unos pétalos// Y náufrago el perfume/ flota en el aire”. Este es cuaderno de la poesía pura de Jorge.
Escuché alguna vez que la poesía verdadera es la que no miente. Y estos nueve poemas de la “Pequeña canción” son tan bellos e inocentes que permiten realizar una antología de imágenes: “Ese era un río como la infancia,/ puro y lejano”; “¿Recuerdas ese árbol/ que mató el rayo?”.
Siguiendo con el mismo tema, dos poemas continúan el Fragmentos del libro de la madre, poemas más decantados y, sin embargo, igual de reales, igual de vitales, de tristes, de profundos, en medio de un lenguaje tan simple y tan mordaz.
Luego aparecen las Imágenes e Impromptus de Cuaderno del convaleciente, brevísimos textos con cierto tono místico, en donde se nota una voz poética acongojada pero libre, sí, como en la poesía de la guerra civil española, donde la imagen salía desgarrada pero clarísima, como una explosión de botones en rosas: “Cristo/ perdón por los/ paralelismos, perdón/ pero esta cama/ es semejante/ a una cruz/ y estoy/ Señor, aquí/ crucificado”.
El amor a la música se revela en Jorge cuando sus impromptus aparecen en brevísimas imágenes con el color y la palabra precisa: “Seis años para florecer./ Pero cuando estalla en rosa/ el arupo es el crisantemo/ más grande de la tierra”.
El quinto delta es el más interesante como propuesta. La voz poética cambia de género. La sensibilidad del poeta se sumerge en las voces de mujeres que alcanzan a vislumbrarse intactas en monólogos poéticos donde el altísimo grado de sensibilidad de Jorge concibe textos de absoluta identidad femenina. El asombro se asemeja al que sentí cuando leí el bellísimo poema de Humberto Vinueza sobre Manuela Sáenz, cuando la Sáenz y Vinueza se entremezclaron en la poesía. Así, con Jorge, se da el caso similar con María, la madre de Jesús; Ana Pavlova, Frida Khalo, Maria Duplessis, María Callas y Fedra. Todas con ríos distintos y distantes
El último de sus deltas, es el cuaderno en donde la voz poética contempla: PARA CONSTRUIR EL MUNDO. Allí está su amor por el arte. Las ciudades que conmueven y aplastan por su belleza, las iglesias, la pintura, la escultura y el arte. Todo ello en un cierre de amor por la maravilla. Por el gusto de volver a traer a la memoria lo que alguna vez nos conmovió en un presente lejano y con todos los sentidos revueltos.
Este río me ha llegado sin que yo sea el mar, y ha mojado mis campos de trigo. Luego de la lectura de este libro, espero una gran cosecha, porque así lo amerita la siembra. Ni más ni menos.
1 comentario:
Es un libro bellísimo, tuve el gusto de leerlo hace poquito tiempo. Es un estilo muy breve a apasionante el de Jorge, realmente es maravilloso
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