Algo de tristeza hay por estas líneas; algo de añoranza, pero se respira libertad por todos los costados, y se vive en el texto: se respira al aire de los personajes. El lector es casi un actor más de estos delicados y cuidados relatos en donde se hace notar una voz nueva que quiere contar, así, con la humildad con que Homero creo la ficción y nunca pudo dividirla de la realidad. Ni más ni menos.
Carmen Sosa publicó en el año 2004 su libro de poesía "Un océano en la piel". Es Doctora en Letras y Literatura y Profesora.
Aquí una muestra de su trabajo.
Teorema para el final de tu tiempo
A Toñito García Sosa
En realidad no entiendo hasta ahora por qué la gente dice que estoy loco. Mire, señor juez, ese día estaba ya a punto de enloquecer. Pero solo a punto. La verdad es que a mí me cogió la tristeza, la nostalgia, la angustia en el punto más débil de mi ser... Tendría que contarle antes algo sobre el lugar en donde me hallaba. Era un cuarto pequeño, oscuro, tan oscuro que para que entrara el sol yo debía salir. No contaba con una sala ni dormitorio ni desván ni nada. Un solo cuarto, Señor Juez, uno solo.
Mi sombra inquisidora era mi único reflejo porque además tengo terror a los espejos, entonces no quiero jamás a uno cerca de mi figura La cuestión es que en ese adorable silencio, el tic tac del reloj me acompañaba siempre. Hasta casi podría decir que me acostumbré a él y por años estuve pendiente de limpiar el polvo y la telaraña que de vez en cuando se posaban sobre él. Al mismo tiempo, Señor Juez, que yo compraba el pan para mi café nocturno, compraba pilas para su vida, pero después, señor juez, como todo cambia, también cambió mi tolerancia hacia él y, poco a poco, empecé a odiarle, aprendí a despreciarle y le dejé ahí, lleno de polvo, lleno de telarañas, lleno de desperdicios y excremento de los moscos, le dejé ahí pero, señor juez, las pilas jamás se apagaron, siguieron haciendo caminar ese maldito horero y ese minutero que se llevó toda mi ira y a cambio me dejó toneladas de angustia.
Yo no sé, pero esa rara eternidad de la vida de las malditas pilas debió haber sido hechura del diablo, quien más, señor juez, quien más que el diablo que rondaba el hueco en el que vivía.
Esa noche, señor juez, era la décimo segunda vez que conté mi noche de insomnio. Ya no era posible. Entonces, en un ataque de cordura, levanté mi mano poderosa y arranqué el reloj de un solo tirón de la pared. Era de ver como cayó pesadamente sobre la tabla irregular de mi cuartucho. Entonces ahí empezó todo. Primero di golpes en la mitad de su cara, luego cercené sus orejas, con toda la venganza arranqué de su redondez la epidermis de sus horas y sus números se fueron al carajo. Pero la necedad de este reloj señor juez, era tal que seguía sonando su maldito tic-tac. Tic-tac, tic-tac, en mis oídos, tic-tac en mi piel, tic-tac en mi memoria, tic-tac en mi conciencia, hasta cuando arranqué su horero, minutero y segundero empecé a saltar sobre lo que quedaba de su cuerpo hasta verlo convertido por fin en miles de trozos. Solo cuando experimenté su silencio profundo pude respirar tranquilo. Pero, señor juez, a la final fui condescendiente con él, porque, vea, con una escoba recogí sus desperdicios de tiempo y los deposité en una caja, fui al cementerio y le otorgué un funeral digno, acorde a su función. También el reloj de la torre del parque acompañó su entierro con su música. Fue un acorde hermoso de seis campanadas que retumbaron la paz del panteón y estoy seguro que llegaran hasta el cielo acompañando su viaje final.
Yo creo, señor juez, que no podía ni tenía derecho a pedirme más. Ese día, para mí, se convirtió en el más feliz de mi pobre existencia y hasta las margaritas que llevé olían diferente.
Hoy son tres meses de tal acontecimiento y las cosas siguen siendo raras, señor juez, tan raras que, de un tiempo a esta parte, yo no logro olvidar la vida y existencia de ese maldito y querido reloj. Es como que en cada noche su recuerdo vuelve a mí y en muchas ocasiones he sentido su presencia.
Mire usted, en algunas ocasiones he vuelto a ver al reloj. Siento que se sienta junto a mí, que se acuesta junto a mí y hasta que, de vez en cuando, levanta mi sábana y se dedica a halarme los pies. Siento, señor juez, que él no descansa finalmente. La otra noche pasé por la iglesia y le pedí al padre que diera una misa en honor a su memoria, claro, él, inicialmente, se negó, pero a la final lo hizo, y le dedicamos unas cuántas oraciones a mi inmemorial reloj, fiel cómplice de mi forma de matar el tiempo, víctima de mi ataque de no hacer nada, reloj, ex cantador del tiempo que pasa sin volver, cajita de recuerdos, soportadora de mi más grande crimen.
Pero ni con esas, señor juez y, mire, ese tic-tac sigue en mi conciencia. Entonces yo creo que con su música me está exigiendo que venga hasta usted y confiese mi crimen, para que sea usted quien finalmente decida mi destino.
En todo caso, señor juez, usted se servirá leer mi expediente y, si es el caso, aplicar todo el peso de la ley.
Aquí tiene usted. Mi declaración se titula “ASESINO POR DESESPERACIÓN”. Me acuso ante usted y ante todos los relojes del mundo.
Quedando usted En libertad de cambiar el nombre de mi denuncia en la forma que usted creyere conveniente.
En sus manos y con su venia, señor juez.
El juez tomó la palabra: Administrando justicia en nombre de la República y por Autoridad de la ley he quedado enormemente sorprendido al escuchar su declaración de carácter oral, por lo que ha sido necesario recurrir a su declaración escrita para llegar al fondo de todo lo ocurrido. Más, por muchas lecturas que he realizado, no encuentro justificación alguna a su grave falta. El orden de los acontecimientos sucedidos determinan su alto y total grado de culpabilidad. Pues no concibo como es posible que usted haya tenido la astucia y osadía de atentar contra un ser completamente sano y normal; un ser que gozaba de todas sus facultades físicas y mentales y haya atentado contra él propinándole un terrible sufrimiento hasta causarle su muerte. Deberá usted saber y aprender que la vida y el tiempo que él representaba son, por demás, sagrados.
Por tanto, y apoyándome en el artículo número 450 del Código Penal vigente, en su totalidad. Y, además, por contravenir en los incisos 1 y 2; que en resumen se refieren al asesinato con alevosía y ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor del ofendido, en mi calidad de Juez de la República que usted pisa, y a las 21 lunas de un mes por demás sombreado, le otorgaré mi sentencia.
Le solicito ponerse de pie para escuchar:
Por su actuación ha sido usted declarado CULPABLE y le condeno a 12 años de intensa recolección de relojes dañados para su total reparación, para que ellos vuelvan a la vida con su salud restablecida. Además deberá usted prepararse durante todo este tiempo en técnicas sicológicas, a fin de que la salud mental y psíquica de estos bien logrados aparatos no sufra resquebrajamiento alguno y puedan formar parte de la sociedad como seres normales.
Con la facultad que la Ley me otorga doy a este juicio penal el carácter de “Cosa Juzgada”.
Notifíquese en su Casillero Judicial y publíquese en todos los medios de información de mayor circulación del país, para sentar firmes precedentes .
¡¡¡HE DICHO !!!
Mi sombra inquisidora era mi único reflejo porque además tengo terror a los espejos, entonces no quiero jamás a uno cerca de mi figura La cuestión es que en ese adorable silencio, el tic tac del reloj me acompañaba siempre. Hasta casi podría decir que me acostumbré a él y por años estuve pendiente de limpiar el polvo y la telaraña que de vez en cuando se posaban sobre él. Al mismo tiempo, Señor Juez, que yo compraba el pan para mi café nocturno, compraba pilas para su vida, pero después, señor juez, como todo cambia, también cambió mi tolerancia hacia él y, poco a poco, empecé a odiarle, aprendí a despreciarle y le dejé ahí, lleno de polvo, lleno de telarañas, lleno de desperdicios y excremento de los moscos, le dejé ahí pero, señor juez, las pilas jamás se apagaron, siguieron haciendo caminar ese maldito horero y ese minutero que se llevó toda mi ira y a cambio me dejó toneladas de angustia.
Yo no sé, pero esa rara eternidad de la vida de las malditas pilas debió haber sido hechura del diablo, quien más, señor juez, quien más que el diablo que rondaba el hueco en el que vivía.
Esa noche, señor juez, era la décimo segunda vez que conté mi noche de insomnio. Ya no era posible. Entonces, en un ataque de cordura, levanté mi mano poderosa y arranqué el reloj de un solo tirón de la pared. Era de ver como cayó pesadamente sobre la tabla irregular de mi cuartucho. Entonces ahí empezó todo. Primero di golpes en la mitad de su cara, luego cercené sus orejas, con toda la venganza arranqué de su redondez la epidermis de sus horas y sus números se fueron al carajo. Pero la necedad de este reloj señor juez, era tal que seguía sonando su maldito tic-tac. Tic-tac, tic-tac, en mis oídos, tic-tac en mi piel, tic-tac en mi memoria, tic-tac en mi conciencia, hasta cuando arranqué su horero, minutero y segundero empecé a saltar sobre lo que quedaba de su cuerpo hasta verlo convertido por fin en miles de trozos. Solo cuando experimenté su silencio profundo pude respirar tranquilo. Pero, señor juez, a la final fui condescendiente con él, porque, vea, con una escoba recogí sus desperdicios de tiempo y los deposité en una caja, fui al cementerio y le otorgué un funeral digno, acorde a su función. También el reloj de la torre del parque acompañó su entierro con su música. Fue un acorde hermoso de seis campanadas que retumbaron la paz del panteón y estoy seguro que llegaran hasta el cielo acompañando su viaje final.
Yo creo, señor juez, que no podía ni tenía derecho a pedirme más. Ese día, para mí, se convirtió en el más feliz de mi pobre existencia y hasta las margaritas que llevé olían diferente.
Hoy son tres meses de tal acontecimiento y las cosas siguen siendo raras, señor juez, tan raras que, de un tiempo a esta parte, yo no logro olvidar la vida y existencia de ese maldito y querido reloj. Es como que en cada noche su recuerdo vuelve a mí y en muchas ocasiones he sentido su presencia.
Mire usted, en algunas ocasiones he vuelto a ver al reloj. Siento que se sienta junto a mí, que se acuesta junto a mí y hasta que, de vez en cuando, levanta mi sábana y se dedica a halarme los pies. Siento, señor juez, que él no descansa finalmente. La otra noche pasé por la iglesia y le pedí al padre que diera una misa en honor a su memoria, claro, él, inicialmente, se negó, pero a la final lo hizo, y le dedicamos unas cuántas oraciones a mi inmemorial reloj, fiel cómplice de mi forma de matar el tiempo, víctima de mi ataque de no hacer nada, reloj, ex cantador del tiempo que pasa sin volver, cajita de recuerdos, soportadora de mi más grande crimen.
Pero ni con esas, señor juez y, mire, ese tic-tac sigue en mi conciencia. Entonces yo creo que con su música me está exigiendo que venga hasta usted y confiese mi crimen, para que sea usted quien finalmente decida mi destino.
En todo caso, señor juez, usted se servirá leer mi expediente y, si es el caso, aplicar todo el peso de la ley.
Aquí tiene usted. Mi declaración se titula “ASESINO POR DESESPERACIÓN”. Me acuso ante usted y ante todos los relojes del mundo.
Quedando usted En libertad de cambiar el nombre de mi denuncia en la forma que usted creyere conveniente.
En sus manos y con su venia, señor juez.
El juez tomó la palabra: Administrando justicia en nombre de la República y por Autoridad de la ley he quedado enormemente sorprendido al escuchar su declaración de carácter oral, por lo que ha sido necesario recurrir a su declaración escrita para llegar al fondo de todo lo ocurrido. Más, por muchas lecturas que he realizado, no encuentro justificación alguna a su grave falta. El orden de los acontecimientos sucedidos determinan su alto y total grado de culpabilidad. Pues no concibo como es posible que usted haya tenido la astucia y osadía de atentar contra un ser completamente sano y normal; un ser que gozaba de todas sus facultades físicas y mentales y haya atentado contra él propinándole un terrible sufrimiento hasta causarle su muerte. Deberá usted saber y aprender que la vida y el tiempo que él representaba son, por demás, sagrados.
Por tanto, y apoyándome en el artículo número 450 del Código Penal vigente, en su totalidad. Y, además, por contravenir en los incisos 1 y 2; que en resumen se refieren al asesinato con alevosía y ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor del ofendido, en mi calidad de Juez de la República que usted pisa, y a las 21 lunas de un mes por demás sombreado, le otorgaré mi sentencia.
Le solicito ponerse de pie para escuchar:
Por su actuación ha sido usted declarado CULPABLE y le condeno a 12 años de intensa recolección de relojes dañados para su total reparación, para que ellos vuelvan a la vida con su salud restablecida. Además deberá usted prepararse durante todo este tiempo en técnicas sicológicas, a fin de que la salud mental y psíquica de estos bien logrados aparatos no sufra resquebrajamiento alguno y puedan formar parte de la sociedad como seres normales.
Con la facultad que la Ley me otorga doy a este juicio penal el carácter de “Cosa Juzgada”.
Notifíquese en su Casillero Judicial y publíquese en todos los medios de información de mayor circulación del país, para sentar firmes precedentes .
¡¡¡HE DICHO !!!
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