Nacido en Ambato, Ecuador, en 1972, este autor es, sin duda, una de las figuras más sobresalientes que ha dado su país en los últimos años. Su trabajo de creador, ensayista, antologador, docente, etc, ha venido a enriquecer el acervo literario de un país que tiene en Euler Granda y Jorge Enrique Adoum sus máximos referentes.
-Has realizado una notable labor de divulgación publicando a poetas y narradores jóvenes de tu país ¿Crees que esa apuesta ya se refleja en algunos nombres con proyectos de obra y apuestas definidas?
Estoy seguro de ello. Lo que sucede es que el Ecuador es uno de los países de Latinoamérica que no ha logrado derrotar al enemigo que duerme y vive con uno mismo, que precisamente es el mismo ecuatoriano. El Ecuador no ha podido salir de sus linderos y si alguien sale, la gente lo persigue, lo acosa, le pone trabas, lo desacredita. Es un síntoma provinciano en América Latina. Por otra parte los otros países de América se han acostumbrado a que Ecuador no exista, a pasar de Colombia a Perú en el mapa y borrarnos de la tradición literaria, pese a haber tenido verdaderas cumbres de la poesía (Jorge Carrera Andrade, César Dávila Andrade y Jorge Enrique Adoum), en la prosa (Jorge Icaza, Pablo Palacio, José de la Cuadra, Humberto Salvador, Benjamín Carrión).
Mi divulgación ha sido motivacional también, es decir, mi editorial se mueve para lograr el traspaso de un novel escritor inédito a uno publicado. Y esto ha tenido varios frutos. Soy parte de una editorial alternativa y, por lo tanto, publico autores de ese tipo, apuesto por nombres nuevos, me gusta la emoción del libro con firma anónima y ver cómo ésta va creciendo, se va desarrollando.
Ya han salido varios nombres de importancia entre los novísimos de mi país
-¿Cómo te ves dentro de esta generación de poetas jóvenes latinoamericanos que han divulgado su trabajo a través de internet?
Bueno, pues, estoy muy contento por ello. Creo que el internet ha ayudado a salir, precisamente, de ese anonimato en el que vivía el Ecuador. El país estaba condenado a su nombre, a ser una “línea imaginaria”, que en realidad no existe. Es como el juego del “boom” latinoamericano sin escritor ecuatoriano, y que para ello habría que inventar uno (como lo hizo José Donoso en juego con Carlos Fuentes, del que salió “Marcelo Chiriboga”).
El internet nos ha ayudado a inventarnos a nosotros mismos, a hacernos como tal, a saber que estamos caminando por los caminos correctos, que no hemos estado encerrados en una ostra oscura y anacrónica. El internet nos ha unido a muchos poetas latinoamericanos que antes no teníamos cara, no podíamos leernos, no podíamos encontrarnos en las esquinas de nuestras sensibilidades. Era triste ver como estábamos solos, pero ahora nos damos cuenta que somos muchos y que le mundo está a nuestro alcance, que el grito es colectivo.
-Euler Granda y Jorge Enrique Adoum, son grandes referentes de la poesía ecuatoriana. ¿Por dónde va el trabajo de las nuevas generaciones y de qué manera estos autores han influenciado en sus procesos estéticos?
Además de los dos estarían otros nombres indispensables para entender a las nuevas generaciones de poetas en el Ecuador: Efraín Jara Idrovo, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón, Ileana Espinel, Ana María Iza y una docena más de nombres muy importantes.
Adoum fue (es) nuestro poeta referencial más internacional, logró liberarse del nerudismo con mucha solvencia, al pasar por un intransigente vanguardismo que le dio las armas para que luego escriba “El amor desenterrado”, su más bello conjunto de poemas y uno de los poemas de amor más bellos de nuestra lengua, escritos en el siglo XX.
Por otro lado Euler Granda es el poeta del “lugar común”, es decir logró trabajarlo hasta convertirlo en un recurso estilístico, tal y como lo hizo Nicanor Parra llegando a la anti poesía.
Los autores noveles siguen los dos cánones: la búsqueda referencial de una estética profunda, de un decantamiento del lenguaje, así como la poesía coloquial, con tonalidad urbana y fuerte prosaísmo. La buena poesía está en las dos ramas, sin que la primera caiga en una aparatosa cripticidad que no dice nada y que se repite en una gama de imágenes sin sentido o, con la segunda, que sería caer en el estridentismo urbano, esa poesía escatológica, muy bukoswkiana a la fuerza, muy mentirosa, muy gesticuladora. Esa tampoco vale.
-¿Con qué autores mexicanos te sientes más afín y si estás al tanto de los nuevos poetas que han irrumpido en los últimos años?
México es, luego de España, el país que más me ha influido en su poesía. Luego vendría Colombia y Chile. Y muy tarde y muy poco de Perú y Argentina.
Villaurrutia marcó mucho mis lecturas, ese poeta potente y mordaz con el lenguaje y el mensaje; y más tarde Paz con sus ensayos y su poesía me daría las pautas para caminar, como probablemente solo me las dio Luis Cernuda, cuando leí su poesía hermosa y torrencial y sus ensayos sobre la escritura poética. Luego Jaime Sabines que está del lado de los que dicen la poesía como la “inmensa” mayoría quisiera que se la diga. Su poesía es verdaderamente importante para nuestra lengua, tal vez más importante como poesía que la del mismo Paz. Es que Paz es un poeta intelectual que lo abarca todo. Paz es un monumento al pensamiento poético, Sabines es el poeta. Además he tenido la suerte de conocer y escuchar a muchos poetas mexicanos: José Emilio Pacheco y Eduardo Lizalde. El segundo más potente que el primero; el primero busca; al segundo, en cambio, le sale la poesía como producto de la intuición. Grandes los dos. Y luego están Alí Chumacero, Juan Bañuelos, Hugo Gutiérrez Vega, Marco Antonio Campos, Eduardo Langagne, Efraín Bartolomé, Thelma Navas. Además me encanta la poesía de Francisco Hernández, a quien no conozco, pero considero una voz superior. Luego está también José Ángel Leyva, José Vicente Anaya. Y luego los más jóvenes: conozco y considero mucho a Víctor Cabrera y Rocío Cerón y acabo de conocer y leer la estupenda poesía de Allí Calderón, Marco Fonz y Mario Bojorquez.
-Tu trabajo creativo de ensayista, antologador, docente, periodista, abarca mucho de una disciplina y te permite adquirir una visión más global sobre un proceso determinado ¿en cuál de estas funciones te sientes más a gusto?
Todas mis actividades en la vida me conducen siempre a la poesía. Inclusive las de carácter doméstico. Todo lo que me lleve a la poesía me hace muy feliz, y además me motiva. En este campo me desenvuelvo bien. Puedo ser un buen suscitador cultural, un organizador eficiente de cualquier actividad que tenga poesía, que esté hecho del material de la literatura. Entonces la cátedra motivadora de literatura, composición y filosofía, la edición de libros, los talleres literarios, los eventos poéticos, los viajes, las lecturas, las tertulias, todo siempre alrededor de la poesía. Las reuniones con amigos, los juegos con los hijos, el compartir un poema es una cuestión casi doméstica. Es la vida. Mis hijos viven con los libros como con los juguetes: los libros son la casa; los poetas son los visitantes a nuestro hogar. Nos encanta recibir un poeta. Hace ya años llamé a Gloria Fuertes desde una estación de trenes en Madrid y le dije que era poeta y que venía de Ecuador para visitarla. Ella dijo que esa misma tarde vayamos a visitarla en su casa, que los poetas son de la misma raza. Allí comprendí el asunto. Y desde allí amo estar con los poetas, aunque también repelo a muchos.
-En la primera parte de tu último libro Esto fuimos en la felicidad, hay un extraño diálogo entre el canon de los sesenta, vale decir, pandillas, música, carros convertibles, etc, y personajes insertos en las sagradas escrituras; aparece Judas, Pedro, Moisés, Abraham, los Bíblicos ¿De qué manera conviven estos personajes en tu imaginario?
Esto fuimos en la felicidad, mi último libro publicado de poesía, que, a propósito, se ha ganado este año una mención como el mejor libro de lírica publicado en el 2009 en el Ecuador, es un trabajo de exploración de mi etapa de juventud. Y el prototipo de la juventud en América Latina me parece que es la de los sesenta. O al menos es el prototipo de los que nacimos en los 70, y que somos desencantados, hijos del rock latino, ahuyentados de la política, de la sociedad colectiva, del grito acompañado. A nosotros, los “setentosos” nos acompaña la soledad, que es precisamente el tema que estoy actualmente desarrollando en un nuevo poemario.
Me encantan los iconos del sesenta: Allí están los Beatles y ese John Lennon que nunca podrá ser olvidado como ícono, como figura, como músico, como poeta, como postura. Allí Jean Dean, el grande, el de la brillantina y las chamarras de cuero. Allí esa magia del auto deportivo que enamoraban allí ese intencionalidad mágica de buscar a la chica en el colegio y llevarla a un cinema. Y esto en mezcla con mis íconos: la música del pop latino, el rock de Soda Stereo, el mochilero organizado que quiere comerse el mundo, el borracho intelectual que solo le importa ser un quemeimportista.
Y claro, el poemario no podría estar completo sin tener a los bíblicos: Amo la historia bíblica, sin ser religioso. De hecho creo que el gran enemigo de los hebreos siempre fueron los cristianos. Nada como Abraham y Moisés frente a Jehová, el Dios castigador; y luego esos personajes bíblicos, que quisieron conquistar el mundo buscando la tierra prometida y a la final lo encontraron, es realmente maravilloso.
Con estos pretextos recuerdo mi adolescencia, la reinvento y por ello escondo muchos parajes de mi vida para volverlos universales, como creo que todo poeta lo hace.
-¿En qué proyectos trabajas en la actualidad y cómo concilias el quehacer literario con tu mujer, también destacada poeta de las generaciones jóvenes?
En lo referente a la poesía, trabajo duro con un poemario con el que estoy contento, pero nunca feliz. Aún está crudo, pero avanza.
Respecto a mi labor de suscitador cultural afino mi Encuentro Internacional de Poetas en Ecuador “Poesía en Paralelo Cero, 2010”. Que se realizará en la primera semana de Junio. Tengo pensado invitar a 8 o 10 poetas de fuera del Ecuador y 15 del país. Además presentar una antología que precisamente se está realizando en México sobre la novísima poesía ecuatoriana y de hacer un homenaje distinto al maestro Jorge Enrique Adoum, que murió este año dejándonos un hueco grande en la Patria y en la lengua.
Además escribo lento una novela juvenil, y escribo mucho artículo de opinión y mucho ensayo literario.
Con respecto a la convivencia con la poeta Julia Erazo como mi compañera de vida, la madre de mis hijos, y la mujer de quien me enamoré hace ya muchos años es muy buena. Ella trabaja distinto a mí, es más silenciosa, tiene otra forma de organización. Ninguno de los dos nos metemos en nuestras carreras poéticas, cada uno va a su ritmo y a sus intereses, cada uno con sus lecturas y sus metas. Así convivimos en paz, además somos grandes amigos de generación. Siempre lo fuimos.
-¿Cómo ves a la actual poesía latinoamericana en relación con los grandes referentes que la precedieron?
Con inquietud, con alegría. La poesía actual en nuestro idioma es ya una referencia de todos los idiomas. Eso les debemos a nuestros grandes predecesores. Por ello no creo en el “parricidio” como una actitud de vanguardia. Siempre he creído más en los poetas que se auto exploran en sus influencias que en esos que se niegan a sí mismo y a los demás.
Los poetas actuales están hechos de la misma arcilla de los anteriores: ego en primer término, portadores de la verdad, vanguardistas consumados, raros, únicos, etc.
Sin embargo la buena poesía sale sin aspavientos, se cuaja en la realidad.
El mapa de la poesía novísima en Latinoamérica ya dicta nombres de peso. Es decir la poesía tiene un futuro prominente en la literatura de América Latina.
-¿Cuáles son tus lecturas, tus afectos, tus influencias… aquellos autores con los cuales sientes mayor empatía?
Los autores que yo amo son los poetas que escriben en mi idioma madre: el español. No puedo entender a aquellos “poetas” que dicen que sus referentes son los poetas alemanes, franceses, ingleses, griegos, etc. y que no saben el idioma en que la poesía de estos fue escrita, que no han vivido sensibilidades “exóticas, lejanas, etc. Es algo incongruente. Yo no he leído a Kavafis ni a Pound ni a Ritzos ni a Witman ni a Ungaretti ni a Pessoa ni a Celán en su idioma original, en el idioma que el poeta escucho el ritmo de su poema, en el que se sintió el silencio, la pausa, la cesura, la música, el hemistiquio, el ritmo real, solo en bellas traducciones que nunca me dirán su poesía verdadera (la que ellos vivieron, sintieron). Esos poetas “exquisitos” y mentirosos que leen latín, hebreo, sanscrito, griego y que citan a los poetas en su idioma original sin haber aprendido a leer el idioma pertenecen al mundo de la “pasarela” más que al de la poesía.
Yo amo los poetas de mi lengua: Los amo sin poses parricidas, sin que este amor real me resulte “modestón”. Como no amar a Quevedo, a Góngora y a Lope; a toda la generación del 27 (mi corazón apuesta por Cernuda, sobretodo), a Machado, a Hernández y a Juan Ramón; como no conmoverse y quedar absorto frente al peso de José hierro, de Jaime Gil de Biedma (sobretodo él en la generación de la poesía española del 50), y luego el maestro Gamoneda, y luego a los Panero (me gusta más Juan Luis que Leopoldo, aunque la mayoría diga lo contrario); y por este lado del mar amo la poesía de los mexicanos ya citados y de Borges, Gelman, Neruda, Huidobro, Parra, Gonzalo Rojas y Jorge Teiller. Adoro leer a Watanabe y a Juan Manuel Roca. Amo la poesía en castellano. Por ser tan rica, tan extensa, tan verbal, tan esencial, tan mítica y tan “cargada de futuro” como diría Celaya.
-Finalmente, y a la luz de tu experiencia ¿Qué receta darías para derrotar a la página en blanco?
Siempre les dije a mis estudiantes que la página en blanco debe ser derrotada con la letra “H”. Esta letra es muda y muchos cuentos y muchos poemas del mundo empiezan con H, porque la página en blanco con una letra como esta sigue en blanco en cuanto a fonética, pero ya no está blanca en cuando a espacio y de allí es imposible detenerse.
Luego de ello hay que afincarse en el oficio de escribir.
Aunque pienso que hay mucho novelero en la poesía: esos “poetas” que no lo son y que quieren experimentar algo nuevo.
El poeta debe efectivamente serlo. Y ser poeta es permanecer en el oficio, pese a toda la inclemencia. Pese a la condena de que no te lean. Porque en un siglo puede haber miles de novelistas, cientos de cuentistas, pero pocos poetas grandes que sobrevivan. Y a eso hay que resignarse, y pese a eso hay que seguir escribiendo, porque esto no es una cuestión de llegar a ninguna parte, sino de sacar la poesía que la vida nos ha obligado a mantenerla en el cautiverio de nuestro corazón.
Hay que escribir poesía aunque sepamos que la trascendencia no depende de la escritura de poemas, sino de la genialidad.