Poetas en el país de las bombas. Las lluvias de invierno han provocado que mayo sea el mes más cruel, afectando al menos 16 departamentos (entidades federativas). Los ríos Cauca y Magdalena desbordados. “El agua se metió en medio país”, se lee a ocho columnas en El Tiempo. Un temblor de 5. 5 grados en la escala de reichter causó temor entre los habitantes de Bogotá y ocasionó derrumbes que afectaron con cierta gravedad localidades como Cundinamarca, Meta, Casanare, Boyacá, Huila y Villavicencio.
Ante este escenario, al que hay que agregar la intención manifiesta del presidente Álvaro Uribe de reelegirse por tercera ocasión, se llevó a cabo, la última semana de mayo, el XVI Festival Internacional de Poesía Bogotá, organizado por el poeta Rafael del Castillo, con el apoyo del Ministerio de Cultura, la Secretaría de Cultura, la Casa de Poesía Silva, la Fundación Gilberto Avendaño y las alcaldías cercanas a Bogotá.
De Chile arribó Pablo Maire; de Uruguay Gerardo Ciancio, Roberto Genta y Enrique Bacci; de Canadá Patrick Woodcock; de Guatemala Francisco Morales; de Argentina Marcos Silber; de Venezuela Gustavo Portella y Ernesto Román; de Ecuador Xavier Oquendo y Marcelo Báez. Los vates latinoamericanos llegaron silenciosos entre una serie de restricciones por cuestiones de seguridad. Pese a ello, por lo menos dos robos fueron reportados. Uno afuera del hotel y otro en el legendario barrio de La Candelaria. Los poetas uruguayos Enrique Vacci y Gerardo Cianccio fueron despojados de 700 dólares a las afueras del Hotel Dann, que hospedó a los asistentes al festival. Al salir de un recital de Casa de Citas, el poeta colombiano Manuel Pachón fue interceptado por un hombre que lo despojó de sus valores.
El año pasado el autor de esta nota había sufrido los estragos de la delincuencia en el populoso Barrio de la Candelaria. A unos minutos de la clausura del festival, cuchillo en mano y a la voz de “no se mueva o lo chuzo”, dos hombres lo despojaron de sus pertenencias.
La artillería poética de México, país al que fue dedicado el festival, la encabezó el poeta Eduardo Lizalde, seguido por Antonio Deltoro, Eduardo Langagne, Fabio Morávito, Johanna Jaramillo, José Ángel Leyva, Efraín Bartolomé, Raúl Renán, Rocío Cerón, Víctor Cabrera, Jessica González, José Antonio Alvarado y Margarito Cuéllar. A última hora declinaron José Emilio Pacheco, Silvia Tomasa Rivera y Juan Bañuelos.
Por el país anfitrión participaron José Luis Díaz-Granados (poeta homenajeado), Mario Rivero, Jotamario Arbeláez, Catalina González, Juan Felipe Robledo, Rafael del Castillo, Fernando Linero, Fernando Herrera, Juan Felipe Robledo, Federico Díaz-Granados, Darío Sánchez, Celedonio Orijuela, Álvaro Miranda y Federico Cóndor.
Durante cinco días hubo recitales en colegios públicos y privados, universidades, bibliotecas, en la Casa de Poesía Silva, la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, parques, centros comunitarios, librerías, la calle y vagones de tren, incluso en catedrales.
Enzia Verduchi, titular de literatura del INBA, inauguró en la muestra fotográfica “De cara a la poesía –imágenes de poetas mexicanos”, en las que los rostros de Octavio Paz, Griselda Álvarez, Enriqueta Ochoa, Francisco Cervantes, David y Efraín Huerta, así como los de los poetas asistentes a la fiesta de la palabra, cuelgan de las paredes del flamante Centro Cultural Gabriel García Márquez del Fondo de Cultura Económica.
Los colombianos se sienten identificados con la cultura Mexicana. Por lo menos la música, el cine y las telenovelas no les son ajenos. Varias generaciones crecieron viendo las películas de la época de oro del cine mexicano, conocen a conciencia quién es Cantinflas, Tin Tan, Marcelo, La Chilindrina, El Chavo del Ocho, Jorge Negrete, María Félix, Angélica María, Verónica Castro. Se saben parlamentos enteros de programas que hicieron época y ya hasta los narcocorridos son objeto de culto en la industria de la piratería.
Otro temblor se dejó sentir en este país con la muerte de Manuel Marulanda, Tirofijo. El deceso del legendario combatiente de las FARC, el guerrillero más viejo del mundo, en realidad fue en marzo, aunque es ahora cuando el gobierno de Uribe da a conocer la noticia. Las estaciones de radio invierten parte de su tiempo preguntando a su auditorio si consideran que Marulanda vive o no.
Tal vez el evento más polémico del festival fue el seminario “La poesía mexicana no descansa en Paz”, que contempló temas como “El legado de Paz: convergencias y divergencias”, “Poesía mexicana actual, transiciones y rupturas”, “Poesía indígena en México y otras regiones” y “Poesía mexicana escrita por mujeres: tradiciones y certezas”.
El poeta Eduardo Lizalde consideró que el tema resultó incomodo, “peyorativo y no invita a la reflexión profunda. Percibo un tufillo de rencor poético contra Paz. Octavio Paz era un verdadero gladiador dialéctico: combatió partidos, ideologías, sus propias ideas. Paz discutía consigo mismos, de manera permanente, era un hombre en llamas”.
No hubo conclusiones, acaso atisbos y acercamientos parciales. Para Raúl Renán Octavio Paz “representa la conciencia crítica del lenguaje. Su influencia en cuanto a formación de lectores no es suntuosa.” Destacó como seguidores del autor de El laberinto de la soledad a Manuel Ulacia, Marco Antonio Campos y Carlos Isla.
El poeta chiapaneco Efraín Bartolomé expresó que hay una ausencia de los autores clásicos en la formación de los autores jóvenes. Hace un recuento desde los años 70 a los noventa de la vida poética en México, abundando en las publicaciones marginales hasta llegar a los primeros años del siglo XXI. En su ponencia denominada “Trece estaciones y doce gotas en el río de la poesía mexicana”, descubrió con sobriedad, estilos, atmósferas, tendencias, vicios, virtudes. “La selva –dijo- aún no permite ver los árboles de excepción. Es tiempo de obviar la autocomplacencia. Es conveniente, cada vez más, darle sentido a las palabras de la tribu.” Su clasificación de la poesía mexicana se adjetivó en “barrocos, neobarrocos y antibarrocos; vanguardistas y tradicionalistas; secos y candorosos; rastreros y trepadores; pachequistas y pachecos; norteños y suristas; zuritas y basuritas.”
Una de las conclusiones fue que ningún país latinoamericano tiene un sistema de estímulos a la creación artística. Los programas de becas del Conaculta son apabullantes, lo que en opinión de Morábito degenera en un “exceso de profesionalización de la literatura, se suprime la confrontación con los poetas pares y lo más contundente: las becas no contemplan el fracaso de un proyecto”.
Para Antonio Deltoro es necesario reivindicar la función del estado, tanto en la cultura como en la economía. Eduardo Langagne expresó que “el problema es que la falta de lectores no le atañe a un país específico sino que es universal.”
Miseria y poesía
En la estación de la Sabana hay un viejo edificio de principios del siglo XX. Simboliza en cierta forma el renacimiento del sistema ferroviario y la puesta en marcha de los trenes. El gobierno colombiano decidió poner en movimiento toneladas de acero cediendo a particulares el Tren Turístico de la Sabana, que durante el festival se convirtió en el tren de la poesía.
El público pagó puntual sus tickets. Los poetas leyeron sus poemas, contaron chistes, bailaron, tomaron aguardiente, tequila y cerveza; admiraron un paisaje de vacas felices, perros famélicos, briosos caballos, sembradíos de maíz, borregos mansos, gallinas culonas. Un sol lánguido los acompañó en la trayectoria de tres horas.
Entre movimientos bruscos la poesía imponía su ley. “Si te tapas la oreja izquierda oirás el infierno. / Había una tercera oreja que no cabía en la cara / la pusimos en el pecho y comenzó a latir”, leyó Favio Morábito de un poema escrito al vuelo.
La rumba poética siguió. “es un espacio de resistencia espiritual”, dijo Robinson xxxxxx, uno de los organizadores. “Quiero plantar un árbol de silencios / y sentarme a esperar a que sus frutos caigan” (Deltoro); “Sabe el tigre que es tigre…/ y bebe a diario tigres en los aguajes” (Lizalde). “Cuando niño, la tierra era plana / había sueños y trenes” (Langagne).
En cada estación –Usaquén, La Caro, Cajica y Zipaquirá, el monstruo de fierro y vapor se detenía diez minutos para abastecer de agua la locomotora.
La parte oscura del recorrido fue la atmósfera de miseria en las afueras de Bogotá. Miles de casas que apenas se sostienen. Ahí viven los recicladores. Los que buscan su sustento en las bolsas de basura del centro de la ciudad. Otros ni siquiera eso tienen. A ambos lados de las vías, cientos de personas tienen como hogar un pedazo de cartón o de plástico, una lámina, un hueco en la maleza. Son los desechables, hombres y mujeres jóvenes que han elegido la droga como destino y la calle como casa. Los hay de todas las edades: mujeres de 20 años con la mirada perdida en las nubes altas y blancas, fumando el primer cigarro de mariguana a las nueve de la mañana, echando bazuco (una especie de cigarro mitad cocaína mitad marihuana) o simplemente resguardando pertenencias y cuidando su territorio.
Catedral de la Sal
Zipaquirá fue el destino final. En una impresionante mina convertida en Catedral de la Sal, a 180 metros bajo tierra, las potentes voces, casi histriónicas, de Jotamario Arbeláez, Eduardo Lizalde y otros poetas invitados, sonaron fuerte junto a los acordes de Bach y fueron gratas a la memoria de un público exigente, atento, entregado.
Chía
Otra de los espacios en los que la poesía habló en voz alta fue en Chia o “lugar cerca de la luna”, territorio de los antiguos indígenas precolombinos en el Valle de Bacatá.
Ante unas quinientas personas reunidas en la plaza, cual estrella de rock, el poeta fundador del nadaismo, guerrero de mil batallas poéticas, complació a un público, integrado en su mayoría por jóvenes, que le pedía a gritos un poema más.
En esa ciudad los poetas se dieron cuenta, después de comer en Andrés Carne de Res, que García Márquez en realidad no escribió nada, sólo tomó nota y transcribió lo que veía en su país, tal y como lo comentó en su lectura el poeta argentino Marcos Silber.
Andrés Carne de Res es un sitio que contrasta con la miseria del país. Decir que es un sitio barroco es quedarse corto. Que explica el realismo mágico no dice nada. Más de cien trabajadores atienden a diario a los comensales. Una sobrecarga de objetos impide cualquier descripción. Lunas de colores que cuelgan del techo, fósiles y antigüedades se mezclan con la música, la acción de arlequines y actores. Entre corazones de papel y cervezas decoradas con mariposas alarmillas los poetas fueron coronados reyes de lugar.
Plegaria de los ciegos caminantes
Paradojas de la guerra. Pese a los millones de desplazados por la violencia, que se ejercen en este país con vocación de horror y nota ciega, por las FARC, el ejército, paramilitares, narcotraficantes, bandas de secuestradores y sicarios, la rumba en Bogotá es infinita. De hecho Colombia es considerado el país más alegre del mundo.
Los poetas asistentes al festival lo saben. Por eso ahora que se dirigen al aeropuerto El Dorado para volar hacia sus respectivos países, quizá recuerden en 19 con Quinta, afuera de la disco La Kapital, los pordioseros se desplazan como con su plegaria de ciegos caminantes.
En las Fotografìas: Primera foto: Jotamario Arbeláez / Segunda Foto: Margarito Cuellar y Víctor Cabrera
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Excelente crónica, querido amigo Xavier. Envidio la oportunidad que tuviste de conocer de primera mano las opiniones sobre la poesía mexicana. Más atinada no podría ser la definición de Efraín Bartolomé. Va un cordial saludo.
Publicar un comentario