viernes, mayo 23, 2008

POESÍA JUNTA DE SARA VANEGAS COVEÑA


SARA VANÉGAS Y EL DESIERTO QUE TERMINA EN EL MAR DE SUS POEMAS

Sara Vanégas probablemente sea una de las voces más cuidadas y nítidas de la poesía ecuatoriana actual. Sus ya reconocidos micropoemas son instancias líricas de asombrosa lucidez. En ellos se registra un acertado equilibrio entre el oficio del rigor y la supuesta sencillez que ofrecen estos textos de diafanidad surrealista.

Su poesía se presenta en decantados versos trabajados entre la prosa expresiva y la versificación alejada de la consonancia y arrimada en un singular ritmo interior, donde hay una caprichosa puntuación, no existen las mayúsculas y el escarceo de versos es arbitrario, lo que hace que esta obra burilada desde hace más de 25 años sea una poesía inusual dentro de la literatura ecuatoriana.

Una poética de las cosas y los instantes (esa recreación que envuelve y engarza a los recuerdos en un nuevo génesis del universo que se vuelve a dar en la palabra).

Ella se presenta así en su poesía:

sé que en el fondo de mí aletea cierta música

inexplicable y buena.

sé que alguien por ella me reconoce y me llama

desde antes de mí

En esta poesía no hay noveleras búsquedas de una forma inusual o vanguardista. El trabajo mayor se halla en la nueva significación. Sin llegar a experimentar en la poesía conceptual, se puede observar en su espectro poético un trabajo en la precisión.

Me baso para ello en ciertos momentos hallados luego de una lectura de toda su obra:

1. La deformación de una forma de Oriente

En la mayoría de su obra se puede notar, con mucha claridad, una cierta influencia de forma frente a los haikus japoneses, pero los poemas de Sara penden de una originalidad que no se centra en la perfección métrica (en esa medida-cárcel de los textos orientales).

El libro “Indicios” es, sin duda el mejor ejemplo de trabajo formal en la poesía de Vanégas. Poemas, todos ellos, de tres versos. Uno de estos tres –no necesariamente el útlimo- es, siempre, la hipótesis que crece y que llega a interpretarse en el final de estos pulidos textos que siempre sostienen una imagen surrealista.

En el libro citado está la poesía más definitoria de Sara Vanégas. Se los halla también, esparcidos, en toda su obra.

En el libro “PoeMar” se leen poemas que resultan igual de sentenciosos que cualquier epigrama chino o igual de proféticos que un salmo hebreo. Y claro, lo que fascina, conmueve e impresiona es la síntesis y la precisión sujetas a no más de tres versos.

una mano misteriosa señala hacia el mar

y el mar echa a andar hacia esa mano

con todas sus campanas y sus voces

En el mismo libro, en página siguiente, se puede encontrar otra forma. Un poema prosa, que suena a noticia, a fábula antigua, a alegoría fantástica:

en ciertas noches del año –dicen- emerge sobre la superficie del océano una ronda de delfines dorados formando extraños mensajes…

la luna entonces se va tornando azulada. lentamente

En su libro “Luciérnagas y otros textos” se hallan extrañas y caprichosas definiciones que impresionan por auténticas y originales. Por ejemplo este poema que define a la NADA:

pájaros sin voz

planean

sobre cuadernos vacíos

o este que define a la FELICIDAD:

un ángel olvidadizo

rondando en mi corazón

descalzo

Siempre huyéndole al coloquialismo, haciéndole el quite a esas otras formas más extrínsecas y menos profundas, sin embargo en este mismo libro hay un curioso poema que forma a otra Sara Vanégas distinta a la conocida. Un cierto halo a poema urbano con cierta dosis de precisa sencillez, dejando acaso, en un corto descanso a su potente metáfora surrealista.

Es un poema raro en ella. Y fascinante:

y te esperé en la esquina absorta de aquel café que frecuentamos tantas veces

que tanto nos animó a la pasión de lo imposible: jardines

en una isla del egeo. el principito de huésped y tú

en todos los aposentos de mi corazón

reías con risa de caracolas y palmeras

-todo el rollo de agfa con tu risa a colores-

alguien te confundió con la divinidad de la isla

y yo empecé a dudar. la isla perdonada

y la litera fue todo el mar

borrascoso y lleno de peces y algas rotas

(tú preguntabas por la luna en mi cintura)

te esperé mientras anudaba entre los dedos el recuerdo de tu pelo

tibio y negro y no llegabas

las campanas han volado. todas juntas. a qué playa?

2. La realidad de su surrealidad

Su libro “Más allá del agua” es un libro de absoluta connotación surrealista. Comienza la travesía poética con un interesante poema que cuestiona, pero al hacerlo no exige respuestas, si no interpretaciones, pensamientos y certezas. Tal y cual como el precioso libro surrealista de Pablo Neruda “El libro de las preguntas”:

¿y si un día amanecieran las calles todas con candado?

¿y si los árboles no cesaran de crecer contra el cielo verde?

¿Y si mi corazón se mudara al pecho de un canario?

Luego a tono de postal, a ritmo de certeza halla la metáfora surrealista que alza el vuelo a la significación, sobre el objeto significante, que calza perfecto, como la zapatilla de la tiznada Cenicienta:

y la noche se disuelve en colores

y los colores en agua

tu mano es una ola

Estos poemas que se muestran circulares, cerrados, redondos y con una aplastante precisión, a veces resultan ser eslabones de otros textos y así, juntos, constituyen un canto que se reproduce desde su gran edificio poético. Lo que quiero decir es que resulta igual de placentero leer los poemas de Sara como si ellos fueran uno solo o como si fueran cada uno una entidad. Y son las dos cosas. Y a veces más. A veces cada verso, cada hemistiquio es ya un poema. Es ya el humus de la tierra poética.

Mujer de definiciones, alta heredera de la ventana de Carrera Andrade: sus versos cantan con entusiasmadas palabras el oro de la naturaleza y la matiza con la explicación de esa otra realidad circundante en su visión planetaria:

El poema “Pájaro espino” de su libro “Entrelineas” es la recreación de la naturaleza y la introspección de la naturaleza de la voz poética:

las aves cuando mueren

-dicen-

igual que los delfines

no escriben sus memorias en las altas ramas

ni en la arena

no convocan al grupo ni lo esperan

las aves cuando mueren

-dicen-

despliegan sus colores en el canto

triunfal

de las espinas

3. El verso cosmopolita

Un alma de poeta trashumante, cosmopolita, vive en Sara Vanegas, y se hace notar en sus dos últimos libros, en donde la idea del viaje y de la memoria, es su poética. He aquí un verso que es todo un poema:

Mi casa es un enjambre de alas que se fueron

Su poemario “Al andar” es un referente para entender esta vertiente que forma su identidad lírica. En estos textos se dejan revisar las costuras no evidentes de muchos puertos, calles y ciudades que nos presenta una voz poética contemplativa.

El viaje para Sara es la biblioteca de Alejandría. En los otros paisajes se descubre sensible y real. El viaje para Sara es vital. Su poema retrato es efectivamente el retrato de una mujer cosmopolita:

te sienta tan bien esa mirada ausente

de puerto en puerto

de fuga en fuga

de sueño en sueño

En sus viajes descubre los nuevos pájaros que han emigrado de sus destellantes imágenes. Así atraviesa más que las calles, las ciudades y los puertos; los exilios, los retornos, los regresos. Y, como siempre, llega al mar. Todos los caminos conducen al mar.

te encuentro mar en los espejos diarios
en la ronca soledad de las ciudades

en las rutinarias urgencias

/…/

siempre estaré de vuelta a tus ciudades

más allá de mis horas

sumergidas

Con ese ojo tan suyo para atomizar el mundo en las aguas, logra crear unas postales desligadas del sujeto poético y de la primera persona. Su poema “Baño” es un referente:

lentamente se desnuda

entra en las aguas

infames

se mece sobre las olas

y sus carnes brotan rosas oscuras

que contrastan con la palidez de la noche

En el transcurrir de su viaje lírico, la poeta se detiene a contemplar la belleza de cada sitio, así es como mira -y se mira en-: los montes Pirineos, España, Madrid, la nieve, y en ella o con ella, nos presenta con voz admirada a la figura de Lorca, el sabor de los olivares, la poesía de Andalucía.

Para ello utiliza una serie de enumeraciones que revitalizan la surrealidad de sus imágenes:

GRANADA

antiguo reino

dormido

callejuelas empedradas

hierro forjado

y agua…

Y hasta algún sabor a poetas de península, como este verso genial que bien podría ser extraído de los limoneros de Don Miguel Hernández:

de tu casa a mi casa solo hay una herida…

Aunque más allá está voz poética herida, cicatriza y reflexiona con el siguiente poema que bien podría estar incluido en una selección rigurosa de poemas de amor:

de tu casa parten las alas

de mi casa

los vientos

Aunque en la Estancia V de su poemario “Al Andar” quede el sabor de la nostalgia como un ingrediente que levante una nueva catedral de su poesía. La otra realidad está intrínseca, dentro de una voz poética que se deja ver en el recuerdo (ese sabor que deja lo vivido, y que lo recuperado, no es suficiente para volver a vivir):

mancha púrpura/ la memoria

según magritte es un dolor sin tiempo

entre las cejas

el sol se aleja

caen tus manos

cae tu rostro

como luz morada de las sombras

cae

al otro lado de mi corazón

En el estupendo libro “PoeMar”, el mar, como siempre, es la música de su palabra minimalista en donde la vemos más universal que nunca, llegando inclusive a cantar versos como lo haría el César Vallejo de “perdonen la tristeza”, o mejor el de “… y el cad´ver siguió muriendo...”:

alguien sobre el pico más alto del mundo toca una trompeta:

las criaturas más bellas y las más infames acuden al llamado

todas se miran en el agua y olvidan su rostro

Nunca deja de mirar a la poesía en sus viajes y en sus recuerdos de Babel. Al fin y al cabo nos quiere hacer saber que sus poemas fueron escritos en muchas partes del mundo. Y lo sabemos porque muchos de sus poemas están firmados con la ciudad en donde nacieron, en donde se hicieron. Desde donde llegaron.

4. El camino es el mar. Y la huida, el desierto

El mar y el desierto son temas reiterados en todos sus libros.

El mar en Sara es casi un signo permanente en su trabajo lírico. No hay forma de dejar de poetizar al mar, pese al tiempo, pese a las aguas.

Hay un Bis a Bis entre la antítesis perfecta de las aguas y la arena.

El mar siempre resulta el pretexto perfecto en su poesía para que de él devenga todo. Y sea todo el nuevo mundo lírico de la personalísima voz poética que habla con apasionado encantamiento sobre el más vivo ser del universo: el mar.

Con sonido de leyenda, el mar se va depositando en todos los poemas de Sara, y se van secando hasta volverse desierto. De las arenas saldrá la duna firme de las aguas. Y renacerán las aguas, otra vez, y así, eternamente.

Así, como la antípoda perfecta de la vida, sobre la seca ranura del desierto, donde se crean las rosas de arena que no depende de la clorofila de las flores, si no de los vientos de Oriente.

Sara crea su poesía como una pintura de palabras, en donde cada fina pincelada va dibujando una imagen ligada a un surrealismo interior, así como si de la atomización de los colores saliera ahíta de vida la figura de Gala, en la pintura de Salvador Dalí; o como si entre la figuración irreal de la realidad más palpable del Pintor Rene Magritte emergiera el nuevo símbolo de la verdad. Tras de todo este surrealismo se deja ver el otro color que grita el surrealismo sin exponerlo. Allí está la realidad: y es fresca y tiene el sabor dulce del mar de sal. Porque le habita al poeta, aún sin que el poeta lo conozca. El mar nunca se conoce. Todo mar es inconcluso. Y todo lo que no tiene respuesta está en el mar. Y Sara nos da las respuestas a las preguntas que aún no hemos hecho.

En la naturaleza aún ahora, están todas las preguntas y bajo ellas, todas las respuestas.

Con absoluta síntesis y precisión, Vanégas explora el mundo, con los ojos de la recalcitrante contemplación. La naturalidad se mezcla con el naturalismo y entonces, aliadas las dos, van en busca de una nueva realidad. Siempre bordeando el camino de la sencillez, así como el buen Borges que tanto amaba “mirar al río”, y en él, hallar a Heráclito.

En su libro “Versos trashumantes” la poeta cuencana que está noche nos regala la mayor parte de sus versos, nos conduce por los jeroglíficos escritos en la arena del desierto (un Sahara que se vuelve cotidiano), hasta las pirámides y las ciudades sagradas de la antigüedad, cuando el mundo andaba a pié y las ciudades eran el experimento de los pueblos sedentarios. Entonces reconocemos paisajes poblados de luz y de color, así, como los cuadros de Miró o las imágenes selectas de André Bretón.

La prosa poética que contiene este libro no se detiene a contar. En ella habita la magia precisa del misterio que, creo, es la base fundamental de la poesía. Y de la filosofía. Y de la vida.

Desde su primer libro ya confiesa esa suerte de ostracismo hacia la temática del mar. Esa condena firme.

Desde el mar, la voz poética dictará el resto de temas. Desde las aguas, así como el verbo de las cosas.

En su poemario “90 poemas” publicado en 1980 dice:

ansiedad marina

hay nubes en mis alas

a mis pies las olas

En “PoeMar” la voz poética se funde en las aguas, entonces ya no se sabe si quien escribe ha sido agarrada por la fuerza de la espuma, o es que acaso, parafraseando a Vallejo –o profanándolo, que más da-: “quiere escribir, pero le sale espuma”:

nuevamente el mar invade mis ventanas. se llega hasta mis rodillas y asciende lentamente a mis senos. se cuelga de mi boca y me inunda el pelo. yo lo miro mirarme desde los ojos. como un enigma antiguo. como un paisaje regado en todas partes

y hace tanto frío y tanto oscuro

Sin embargo el mar también tiene su punto aparte. Hay una ruptura, en este mismo poemario, donde el mar se vuelve naufragio:

crece un árbol de huesos desolados. tu pelo es un

enjambre de ángeles quemados.

el mar ya no será:

sólo el naufragio

5. Ese lugar en que el amor florece

En la poesía de Sara el amor es al desierto, lo que le mar, al espejismo. Es un espejo del deseo, algo que poco a poco de va difuminando. Un reflejo de humo. Un Narciso que no se avanza a ver, pero que intenta el milagro del reflejo.

La poeta dice:

yo buscaba tus ojos en medio de las dunas y los vientos. buscaba tus huellas. yo soñaba tus manos antes de caer en el infierno. la furia del sol me hizo olvidar tu nombre. y te llamé agua….

El desierto es ese animal terrible del amor, y el mar es la resignación, la memoria y el olvido, por fin.

Aunque también la voz poética de estos versos busca en el mar el recuerdo del pasado y en el desierto, el presente:

te acercas intermitentemente. mi sueño se enciende de repente.

y bailo alrededor de tu fuego.

como en los viejos tiempos. cuando invocábamos al sol desde las aguas.

En el poema Leyva de su libro “Antología personal” reluce una alegoría del amor frente al paisaje, siempre el estado de ánimo de la voz poética recatada, finísima y de gusto exquisito no se derrota en la cama de clavos que el dolor entrega cuando el amor sangra en las heridas, si no que el paisaje es una terapia tranquilizadora. Cuando hay en esta poesía la sumisión irrestricta al paisaje consolador, se produce una especie de contemplación alucinada.

La voz poética de Sara Vanégas suena, a veces, cuando a describir se lanza, a esa fresca alusión del cosmopolitismo modernista. En su poesía se encuentran versos que bien podrían sonar en las campanas del Rey Darío:

amor. te invito a mirar el agua

la luz dorada del estanque

-que me recuerda tus ojos pasmados-

te invito a aspirar la tarde

entre rosas y fuentes y vuelos

amor. te invito a caminar conmigo.

La voz poética es una Penélope que espera un amor que tiene una silueta parnasiana y que no avanza a ser. Que siempre está lejos. Pero que acompaña:

y te he esperado sin rastro

y sin prisa

sobre los puentes y las cúpulas azuladas del verano

a través de los túneles interminables de la noche

en todos los andenes

lejos del mar y sus sirenas

te he esperado en esta ciudad

y en todas las ciudades

mientras la sombra crece sobre mis manos y el viento

/…/

pero más te esperé en las paredes repetidas del Cristal

y puedes creerme:

solo asomó tu silueta tras una de ellas

en el momento exacto en que yo partía

Sus nueve libros y su sostenido y firme discurso a lo largo de más de un cuarto de siglo la confirman como “cumbre de su generación y aun de esta lírica nuestra”, como bien dice Hernán Rodríguez Castelo.

Y que sus frutos sigan dando de comer a los pájaros que como ella, salen cada cambio de estación a buscar en el exilio la maravilla de la vida.

Ni más ni menos.

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